viernes, 28 de octubre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 27

De inmediato te das cuenta que Remiel no se quedó dormido.

Solo niveló su respiración, engañando al tú agitado. Cuando te levantaste de la cama, él también lo hizo. El confesionario está sin cerrojo pero tiene plegarias escondidas, sin embargo, olvidaste que en este periodo de tiempo has probado en Remiel muchísimas formas de resistir plegarias y que su sangre de demonio no es lo suficientemente pura.

Remiel encontró el confesionario, Remiel te vio.

Te mira fijamente, y como lo dijiste antes, él puede ser muy severo, de la forma en que un oficial lo es hacia un nuevo recluta. Inconscientemente te sientes culpable, al ser interrumpido mientras uno hace algo vergonzoso.

—¿Qué haces? —pregunta.

Lo que haces es obvio y no necesita una respuesta, pero cuando te pregunta, te resulta difícil contestar.

—Confesar —te obligas a responder.

—¿Por mí? —dice.

—No, por mi —sueltas.

Estás confesando y se trata completamente de ti. Eres tú quien hizo muchas cosas que no debías, eres tú quien quiere estar cerca de él. Cualquier ofensa de Remiel ya ha sido asumida por ti, él es inocente. Puedes hacer esto, precisamente como el predecesor fue crucificado para limpiar los pecados de las personas; en tanto soportes el sufrimiento, tienes el poder y veteranía.

Pero Remiel no te deja ir tan fácilmente.

—¿Por qué? —pregunta—. ¿Qué hiciste?

Te sientes un poco preocupado.

No debiste ingerir la comida extravagante, no debiste dormir en una cama suave, no debiste usar guantes de lana, no debiste entregare a la lujuria, y no debiste permitir que Remiel tomara un lugar tan enorme en tu corazón, haciendo a un lado tus creencias y al Señor. No debiste disfrutar de su compañía día tras día diciéndote que era simplemente sanación y ayuda… ¿Qué hiciste? Demasiado, demasiado como para numerar. ¿Por qué? No hay un por qué, así es y está mal. Un pez que vive en el agua es incapaz de decir qué es el agua, no sabe cómo explicarlo. Si Remiel fuera uno de tus antiguos colegas o maestros, entonces entendería.

Pero no lo es, su rostro dice que no entiende nada y tampoco quiere hacerlo. Parece un globo inflado, a un paso de estallar. Tienes miedo de que se enoje contigo, pero también estás listo para que estalle de furia en cualquier momento. Ya sabías que a él no le gustaría ver esto, ¿verdad? O de lo contrario, ¿por qué escondiste y confesaste mientras él dormía? Te arrodillas en donde estás, esperas.

Remiel no estalla, por un momento te mira furioso para entonces cerrar los ojos súbitamente. Sus hombros se colapsan en derrota, se limpia la cara; de pronto su enojo se ha desinflado por completo.

—No es asunto mío, ¿verdad? —susurra y ríe con autodesprecio—. ¿Qué derecho tengo para cuidar de ti?

Se da la vuelta y camina hacia la puerta.

De pronto tu corazón se hunde, su partida te causa escalofríos. Tienes miedo que se enoje contigo, pero te preocupa más que esté decepcionado de ti. Prefieres que te maldiga y te cuestione en lugar de darse la vuelta y dejarte, como si fuese a desaparecer por completo y sin interés en la reconciliación. Rápidamente levantas tu pie para incorporarte pero accidentalmente caes hacia atrás. El entumecimiento de tus heridas y estar arrodillado por largo tiempo ha afectado tus movimientos. Te levantas y tambaleas hacia la puerta, casi chocando contra Remiel.

Dos parees de ojos miran fijamente la puerta del confesionario.

—Vístete —dice Remiel con una expresión tosca.

Recoges tu ropa y te la vuelves a poner pero él te toma nuevamente de la mano.

—¡Tu espalda! —dice apretando la mandíbula.

Estás aturdido y tú mismo tratas tus heridas. La confesión no ha terminado, no deberías curarte, y tampoco deberías seguirle hacia afuera, pero cuando dice eso, obedeces antes de pensar en algo más. Tratas tus heridas con rapidez, e igualmente apresurado te pones la ropa por miedo a que si te tardas un segundo más Remiel se va a ir. Él no se va, se queda ahí con una expresión desagradable, espera a que termines, sale contigo y detrás de ti azota la puerta del confesionario.

Vuelven a la habitación, sin hablar durante todo el camino. Se acuestan en la enorme cama, ninguno de los dos duerme. La ansiedad de no terminar tu confesión se mezcla con la angustia de decepcionar a Remiel. No logras obligarte a dormir, si haces un pequeño movimiento en la cama, Remiel abre los ojos y te mira sin apartar la mirada. Duermen en cada lado de la cama con un pequeño espacio de medio metro entre ustedes, nadie cruza esa línea invisible. Es una noche difícil.

Esta complicada atmósfera no se disipa con la aparición de la salida del sol.

Remiel te vuelve a ignorar, hay un silencio helado entre ustedes, como dos extraños obligados a compartir una habitación. Te das cuenta de que en los últimos meses, él ha sido el iniciador de todas las conversaciones, el interruptor de la conversación está en sus manos. No eres tonto, sabes cómo responder apropiadamente en la mayoría de las situaciones y sabes cómo usar correctamente el lenguaje; pero solo en retroalimentación.

No puedes hacer una expresión si no tienes a alguien enfrente. No puedes hablar sin que alguien abra la conversación o exista un escenario desencadenante que conozcas. Eres un reflector, eres una muralla que hace eco, sin luz y sonido eres incapaz de hacer algo. Alguna vez alguien te comparó con una imagen religiosa de cristal; sí, el cristal es hermoso e impecable, pero vacío por dentro.

Remiel no te habla, no te toca, ni siquiera te mira. Te entristece pero lo aceptas, ¿qué más puedes hacer? No puedes hacer algo sin permiso, y Remiel ha revocado su permiso. Te alejas de él obedientemente esperando que su humor mejore, pero no, con el paso de los días se vuelve más sombrío e impaciente.

Realmente no sabes qué hacer, no vuelves a entrar al confesionario pero él no está satisfecho con esto. El pánico que produce Remiel supera nuevamente el miedo a lo desconocido. Deambulas a su alrededor intentando romper las capas entre ustedes pero no hay por dónde comenzar. Una vez más te sientas en el otro extremo del sofá, de vez en cuando Remiel cambia de canal, solo resuena la televisión.

“¡Cada centímetro puede ser fumado así de bien! El mejor tabaco produce los mejores cigarros y ningún cigarro es tan bueno como la marca Cabra….”

“Hoy, durante las primeras horas de la mañana, los discípulos de la organización del culto maligno “Frente por la liberación”, nuevamente llevaron a cabo un ataque terrorista contra la Santa Sede, Dios nos bendiga, bajo el liderazgo de su Santidad el Papa, el Hijo de Dios Isaac y los Cruzados, frustraron esta vez la conspiración. Se dice que quien abrió las puertas a los discípulos del culto maligno fue una anciana de sesenta años, una piadosa creyente que lleva por nombre Susannah. Su razón fue la muerte de tres niños en medio de la Guerra Santa contra el Infierno, es probable que la creyente experimentara un impacto psicológico y se encontró con algún miembro del culto maligno que la embaucó. La policía les recuerda que por favor pongan atención a la condición mental de los ancianos solitarios…”

“La imagen de la Virgen María, en una catedral en la zona del norte, derramó lágrimas con aroma a rosa. Miles de creyentes han salido ya en una peregrinación con dirección al norte. Su Majestad, el Cardenal Joshua, señaló que la falta de devoción de los ciudadanos es la razón de las lágrimas de la Virgen María. Las emociones negativas de los jóvenes de la actualidad que están luchando en la Guerra Santa, inevitablemente dan paso a consecuencias siniestras…”

“Gracia distinguida, siendo así de dulce, mis pecados han sido perdonados. Perdí mi camino pero ahora soy consciente y he vuelto. Estuve ciego pero ahora una vez más puedo ver. La gracia del Señor me enseñó a venerar…”

El himno termina abruptamente, Remiel apagó la televisión de repente.

Sin expresión alguna, ve fijamente la pantalla apagada, y sientes vagamente que la presión que se había estado acumulando en él, en los últimos días, ha alcanzado su punto máximo. Remiel no te mira, simplemente levanta la barbilla en dirección del confesionario y habla.

—¿Cuánto tiempo has estado haciendo eso? —pregunta.

No han hablado en absoluto por tres días. Le estás muy agradecido por reabrir el tema, así que cooperas rápidamente.

—Veinte años —respondes sin pensar.

—¿Qué? —dice estupefacto, gira hacia ti de inmediato.

Solo entonces te das cuenta de que lo que preguntó no fue cuándo comenzaste a confesarte, sino durante este periodo de tiempo, cuándo comenzaste a hacerlo. Debiste responder que hace unos meses, no 20 años. Antes de poder corregirte, él vuelve a hablar.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta.

—Veinticinco —respondes.

Sus ojos se amplían y aprieta los puños con fuerza; es posible que sus garras perforaran nuevamente las palmas de sus manos.

—No todos los días… ni cada año, no es muy frecuente —ves su expresión y cambias tus palabras—. Fui un estudiante competente. Y pronto las reglas se relajaron, en medio de la guerra no hay tiempo hacer mucho uso del confesionario.

Siempre has sido un buen estudiante, aprendiste tus lecciones tan rápido como aprendiste tus plegarias. Siempre has sido sumiso, cometiste pocos errores, tu Padre estaba orgulloso de ti. De entre tus hermanos en aquella época, fuiste quien pasó menos tiempo en el confesionario, recuerdas eso a pesar de que no recuerdas cuantas veces te confesaste, probablemente nadie puede recordarlo.

—Y tú… —Remiel habla con lentitud, conoces la expresión en su rostro, significa que no está muy seguro si debe preguntar, no está seguro de si le gustará tu respuesta. Se detiene y continúa—. ¿Cuántos años tenías cuando fuiste al campo de batalla?

—Ocho —dices.

Remiel se levanta abruptamente.

Va de un lado a otro en la sala como una bestia atrapada que quiere morder pero no puede. Aprieta los dientes y por un momento se queda en silencio, entonces estalla en una sucesión de fuertes maldiciones. Sus manos siguen apretadas en puños y sus tensos brazos tiemblan ligeramente, como si intentara controlarse para no golpear nada. No puedes evitar levantarte cuando se te acerca violentamente, es como ver a un rinoceronte corriendo hacia ti.

Se detiene de golpe frente a ti, su furia es mayor a lo que nunca habías visto. Esa llama parece poder quemar hasta las cenizas todo lo que se le ponga enfrente, pero no te toca. Cuando te mira de frente, baja la voz y suprime su enojo, es como cuando estuvo frente a esa jovencita ebria fácilmente atemorizada.

—¿Quienes? ¿cómo pudieron? —dice—. ¿Ocho años? Esos hijos de… ¿cómo pudieron esos hijos de perra?

Esta sucesión de interrogantes no son preguntas, parecen más bien frases de exclamación. Adiciones en mayúsculas y negritas de signos de exclamación. Eres incapaz de responder.

—¿Hace veinte años tomaste esa cosa para azotarte? ¿Por qué? —dice Remiel en rápida sucesión. Las preguntas saltan en forma desordenada, con falta de orden y lógica—. ¿Ocho años? Maldición, ¿un niño de ocho años tiene tanta prisa por encontrar la muerte? ¡Esta mierda es simple asesinato!

Le dices que veinte años atrás no “usaste esa cosa” para azotarte. En esa época el látigo era mucho más ligero, después de todo, no eras capaz de manejar quieto ese tipo de látigo de ratán. Se comienza desde los cinco años porque los niños menores a cinco no pueden soportar las técnicas de curación.

—No me lancé al ataque contra las líneas enemigas —agregas y continúas—. Obtuve el mejor cuidado y estuve bajo la protección de los Cruzados.

—¡Incluso con el más común de los cuidados, no envías a un niño de ocho años a luchar! Mas bien, usar un látigo sobre un niño de cinco años que tiene a su cuidado, ¡a eso se le llama arrepentimiento! —explota Remiel—. ¿Es que fuiste criado por algún maldito traficante sádico?

No, por supuesto que no.

Desde el momento en que naciste, recibiste el mejor cuidado, la comida más nutritiva, el ejercicio físico más balanceado y la mejor educación. No te faltó nada. ¿Cuántas personas han muerto prematuramente por la pobreza, la enfermedad o las catástrofes? ¿No es digno de gratitud que pudieras crecer sin dificultades? Eres una pieza de joyería envuelta en capaz de suave tela; tus maestros te trataron con sumo cuidado, limpiaron el polvo y pulieron las asperezas. Si cometías un error, después de arrepentirte, tu Padre trataba tus heridas entre lágrimas.

Por mucho tiempo, esa fue la única forma con la que podías tocar a otras personas; era bueno, te gustaba, era cálido. «“Se un buen niño, Enoc. Tienes que ser lo suficientemente sobresaliente, talentoso para el campo de batalla”», decía tu Padre.

Sí, debes ser lo suficientemente bueno, lo suficientemente obediente para tener una oportunidad de salir de esa hermosa y confinada capilla. No entiendes el enojo de Remiel, es igual a cómo él no entiende tu alegría cuando entraste al campo de batalla. A los ocho años, llegaste a las filas del frente rodeado por una multitud, levantaste la mirada y por primera vez viste el cielo fuera del alto muro.

Qué afortunado es ser el mejor, fuiste capaz de ir a la guerra. Cuando te fuiste, miraste hacia atrás y viste la envidia de tus hermanos y hermanas que se quedaron atrás. A la mayoría no los volverías a ver, ese fue un adiós. Cuando cumpliste quince, recibiste esa falange, seguía fresca. La viste y te preguntaste, «¿De cuál de mis hermanos habrá sido?»

—Mis maestros eran estrictos pero amorosos—explicas—. Me instaron y corrigieron para que siguiera bañándome en la gracia de Dios…

—¡Gracia, mi trasero! —te interrumpe Remiel y te sujeta con fuerza—. ¡Escucha, Enoc, esto no es normal! ¡Nadie, y digo, nadie tiene el derecho a hacerle eso a un niño! ¡Nadie tenía el derecho de hacerte eso! Mi jodido padre también me golpeaba pero al menos no lo hizo diciéndome que era la gracia de Dios y que debía de estar agradecido. ¿Entiendes, Enoc? ¡Abre los ojos y mira a otro lado! ¿De quién son los hijos que crecen así? ¿Tratas a lo demás de la misma manera?

—No, yo soy diferente —dices— Dios ama a todos, es por eso que nací. Nací para cargar con el sufrimiento, con el fin de salvar a las personas.

—¡¿Quién diablos te lavó el cerebro…?!

Su voz de pronto se vuelve más suave, su enojo se congela. Remiel te mira fijamente, una revelación se extiende por su rostro junto con una leve conmoción.

—Maldición —traga—. ¿El Hijo de Dios?

Asientes.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

Notas de traducción:
- 圣子 (sheng zi): Holy Son, Jesus Christ, God the Son (in the Christian Trinity).
*Sobre esto, según la Wiki, “Hijo de Dios” y “Dios Hijo” son términos distintos. Leí y no entendí nada (tampoco quiero detenerme mucho en esto, sorry), al final me quedé con “Hijo de Dios”.

-Santa Sede: "La Santa Sede (en latín, Sancta Sedes) —también conocida como Sede Apostólica, Sede de Pedro o Sede de Roma, entre otras variantes— es la sede del obispo de Roma, el papa, la cual ocupa un lugar preeminente entre las demás sedes episcopales, constituye el gobierno central de la Iglesia católica, por quien actúa y habla, y es reconocida internacionalmente como una entidad soberana.​ La Santa Sede es a su vez la expresión con la que se alude al papa y a los organismos de la curia romana, que lo asisten en su responsabilidad al frente de la Iglesia católica.​
El papa se sirve de la Curia y tramita por medio de ella los asuntos eclesiales, por lo que esta realiza su labor en nombre y bajo la autoridad del sumo pontífice, para el correcto funcionamiento de la Iglesia y el logro de sus objetivos.​ La Curia Romana está compuesta por un grupo de instituciones, entre las que se encuentran la Secretaría de Estado, los dicasterios, los organismos de justicia y organismos económicos, y otras oficinas.​[...]
La Santa Sede posee plena propiedad y soberanía exclusiva sobre la Ciudad del Vaticano,​ un Estado establecido en 1929, tras la firma de los Pactos de Letrán, con el objeto de ser instrumento de la independencia de la Santa Sede y de la Iglesia católica respecto a cualquier otro poder externo.​ De forma abstracta, además de ser la Santa Sede el supremo gobierno y representación de la Iglesia, también lo es de la Ciudad del Vaticano​ Otros territorios fuera de la Ciudad del Vaticano también cuentan con estatus de extraterritorialidad en favor de la Santa Sede.
" [Fuente: Wikipedia]

*Negritas: Resalté un par de líneas en el texto porque el siguiente capítulo es un extra, algo así como una versión alterna a este capítulo y es precisamente en esa parte de este capítulo (las letras en negrita) donde cambian las cosas. Es importante que tengan en cuenta que el EXTRA no forma parte de la historia principal y pueden saltárselo si así lo desean.

Comentario personal: ¡Chanchan! ¡La revelación! ¿Quienes son los “Hijos de Dios” (vean que Enoc no es el único, en las noticias se nombró a un tal Isaac…), ¿será esto un impedimento para su relación con Remiel? ¿Qué pasará? ….

Pasando a otra cosa, dos noticias.
1) Ya salió el primer volumen de la traducción oficial de 2ha *^*!
Sé que había estado posponiendo su lectura, pero me dije, ¡ya es hora!. Que la salida del libro sea un buen pretexto para dejar de huir.

2) Sigo en plan escucho Hyde y siento que sus canciones quedan con esta novela, jajaja. Así que los dejo con una canción más (seguro que el futuro encuentro donde ponerlas así muy sutil).

Si quería decir algo más, ya lo olvidé.
Gracias por sus visitas, lecturas y hasta la siguiente actualización (esperemos sea pronto).

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