El piso tiembla.
Tu cuerpo vibra suavemente, a tus oídos solo llegan sonidos metálicos. Cuando abres los ojos con dificultad, ves una lámina de acero galvanizado.
Rayos de luz brillan a través de la ventana, parpadeas aletargado y levantas el abrigo que te cubre. No es que el piso esté temblando, te encuentras dentro de un vehículo destartalado y las llantas están rodando sobre grava, por lo que tu cuerpo rebota con el movimiento. Una brisa fría sopla desde una grieta desconocida, despierta ligeramente tu mente soñolienta.
Por un momento no sabes qué hora es o en dónde estás, igual a como fue hace muchos años cuando despertaste en aquel hospital. Te sientas lentamente y miras por la ventana, el terreno árido es infinito.
—¿Despertaste? — suena la voz de Remiel desde el asiento de enfrente, está repleta de alegría.
Por fin recuerdas la escena anterior a la pérdida de conciencia, aquel dolor en la nuca parece haber ocurrido tan solo unos segundos antes de la oscuridad. Te sientes confundido, no solo por la situación actual sino también por la placentera sorpresa en la voz de Remiel: ¿será posible que no fue él quien te noqueó? Antes de poder formular una pregunta, él toma la iniciativa de hablar primero.
—Gracias al cielo, ya van cuatro días —dice—. Si no despertabas, no sabría si hub un problema con la dosis de pastillas para dormir y suplementos nutricionales que te he dado todo este tiempo… ¿puedes examinarte? El agua y la comida está bajo el asiento, primero come una manzana, dentro de dos horas nos detendremos y haremos una fogata.
«¡¿Cuatro días?!»
Casi sospechas que escuchaste mal, pero ves por la ventana y estimas que están a un día o dos de distancia del pueblo, este escenario vacío y deshabitado no te resulta conocido. No estás usando la vestidura de sacerdote sino más bien un suéter de lana bajo el abrigo que te cubre, esta es la ropa que compraste para Remiel, bastante cálido y ligeramente grande, las mangas cubren la mitad de tu palma. Enrollas hacia arriba el puño del suéter y notas varias pinchaduras en tu brazo.
A estas alturas, la situación se ha vuelto bastante obvia. Remiel te noqueó esa noche y te secuestró en un pequeño coche deteriorado de origen dudoso. En los cuatro días que perdiste la conciencia, el vehículo ha corrido todo el día y a toda velocidad, llevándote cada vez más lejos de la Santa Sede. Cuando Remiel habla contigo, sigue pisando el acelerador y no se detiene.
Por un momento eres incapaz de pronunciar palabra, sin exagerar, estás estupefacto.
Simplemente no puedes digerir lo que pasó, Remiel te dejó ir, Remiel te dijo que te ama, Remiel te dejó inconsciente y te secuestró llevándote a miles de kilómetros de distancia. ¿Cómo es posible que consiguiera un coche, los somníferos, los suplementos nutricionales y las jeringas? ¿Cómo te sacó del pueblo, escapó del ejército de la Santa Sede, atravesó la mirada de la gente y siguió todo el camino hasta las Grandes llanuras? Tu anterior fe ciega en realidad es cierta, no tienes la más mínima idea de cómo logró todo esto, y sin embargo, lo consiguió.
Remiel no mira hacia atrás, sujeta el volante con una mano y con la otra enciende la radio. Las bocinas emiten un sonido estridente, la radio de este coche destartalado no se encuentran en mejores condiciones, Remiel extiende la mano y le da un par de golpeteos, pulsa un botón y el aparato escupe palabras entrecortadas.
“… el fallecimiento de Su Majestad el Papa…”
Te incorporas de golpe y chocas con el techo del coche, produciendo un fuerte sonido. Caes de vuelta en tu asiento y el abrigo se desliza fuera de tu regazo.
Remiel no habla, encuentra la estación y sube el volumen al máximo. La radio transmite el reporte sobre el impacto causado por la muerte de Su Majestad, las palabras de cierto político, cómo respondió el portavoz de la Santa Sede, cómo los creyentes están muy tristes, cómo está y qué pasará con el culto maligno, y cómo se ve el futuro… Para ti, lo más importante de esto es que su Majestad el Papa está muerto.
—Fue esta mañana —dice Remiel.
Tu mente se queda en blanco.
Estás sentado en el asiento trasero del coche, desconcertado y perdido. Su Majestad el Papa murió, aquel anciano débil, aquel Papa que no se podía permitir perder, aquel hombre tan importante murió simplemente así. Desde que te enteraste del destino del hermano Ahaziah, te diste cuenta del destino de los Hijos de Dios, y después de ver la brújula, adivinaste la razón por la cual Su Majestad el Papa no podía permitirse perder. Él era la única luz brillante del faro, y ustedes el combustible que consumía, creías que jamás verías el día en que la luz se apagaría, te equivocabas.
Desde el inicio se te dijo tu destino y estabas preparado para ello. ¿Quién habría imaginado tal desenlace? La leña sigue aquí, y, sin embargo, la fogata ha sido extinguida. El rápido cambio de escena pasó inesperadamente cuando dormías, mientras el último Hijo de Dios dormía es que aconteció un instante trascendental que sacudiría al mundo, y no solo no fue incluido él, sino que además fue completamente ignorante de ello. Es como si al llegar al clímax de una obra, esta termina abruptamente. El camino predeterminado colapsó, y el camino hacia adelante se encuentra envuelto con neblina.
Como el día en que perdiste la Santa Cruz, sientes un vacío aterrador. Miras frenéticamente a tu alrededor, quieres encontrar una revelación, aunque tú mismo no sabes exactamente lo que buscas. Los perezosos rayos del sol caen sobre ti a través de la sucia ventana, miras hacia afuera, el campo abierto es vasto, las aves vuelan a lo lejos, el cielo nebuloso y el vago horizonte se siente conectado, el cielo no ha colapsado.
Remiel detiene el coche. Se estaciona a un lado del camino, apaga la radio y se da la vuelta.
—¿Estás bien? —pregunta, te mira con preocupación.
Estás sentado en el asiento trasero del coche, Remiel conduce al frente, por primera vez lo miras con atención. Aunque los ojos de Remiel están inyectados de sangre, él parece estar de buen humor. Lleva puesto un sombrero peludo con cuernos que parecen adornos de Halloween. También viste un abrió grueso, abultado e incómodo, con el que esconde su fornida figura y le hace parecer como un conductor cualquiera. Remiel sabe cómo disfrazarse y es mucho más experimentado que tú.
Dice que dentro de dos horas se detendrá para cenar, y que ahora lo ha hecho solo para escucharte. Remiel está esperando, escucha, y eso de pronto te hace querer decir algo.
—Lo he visto —dices.
—¿A quién?
—A Su Santidad —respondes, lamiendo tus labios secos.
Remiel se agacha para recoger una botella con agua, la agita, se asegura de que no se ha congelado y te la entrega para que tomes un sorbo. Desenroscas la tapa, tomas un gran trago y te estremeces por el frío.
—Te dije que tomaras solo un sorbo —dice Remiel sonriendo impotente—. Más tarde nos detendremos y pondremos a hervir un poco de agua, no podemos dejar que se congele… ¿qué pasa?
Se ve aún más nervioso porque le miras directamente. Le miras con atención, intentas atrapar el aura que resplandece brevemente en tu cabeza. Destella en el momento en que Remiel abre la boca y desaparece nuevamente antes de que puedas atraparlo, es como un ciervo que escapa al ser visto. Tu búsqueda es inútil así que tienes que dejar de pensar por el momento y seguir hablando sobre esa tontería que quieres contarle a Remiel.
—Se veía muy viejo —dices —. Cuando fui a la guerra, me despidió. Yo me fui y él no.
Remiel no habla, solo escucha.
—Sobreviví, y el no —dices.
—Está bien que el viejo muera y el joven sobreviva —dices —. Sobrevivimos.
Es verdad, ustedes sobrevivieron.
Es como si una puerta se abriera de golpe, tu corazón de pronto se despliega brillante.
Querías una revelación, miraste el campo que se extiende tan lejos como el ojo puede ver. Querías escuchar el oráculo, Remiel se dio la vuelta para hablar contigo. Dios nunca ha mostrado su rostro, pero te ha dado su señal. La Santa Sede dibujó toscamente infinidad de líneas, y el piadoso Cielo se ha mantenido en silencio.
Buscaste una señal y bajaste rio abajo con la placa sagrada del Enoc Wilson. Rogaste redención, nada pasó, aprendiste a dar un paso al frente, tomaste tus propias decisiones y asumiste la responsabilidad. Intentaste volver para hacer un cambio, volver para hacer frente a tu destino, y todas las turbulentas olas acaecieron en la lejanía, antes de darte cuenta el polvo se había asentado. Cuando se marchó el envejecido Hijo de Dios, el mundo no colapsó, y el Cielo lo admitió en su gloria; el joven Hijo de Dios se quedó, y el Padre que está en los cielos no te detuvo, ni tampoco detuvo a Remiel.
El destino no necesita que lo sigas, el destino es la corriente. Dios se mantiene en absoluto silencio, esta es la respuesta.
—¿Estás bien? —pregunta Remiel con precaución.
Te das cuenta de que estás sonriendo, y al hacerlo tu sonrisa se ensancha aún más, e incluso ríes en voz alta como nunca lo habías hecho en tu vida. Remiel te ve con una expresión de nerviosismo, como preocupado de que algo este mal por haberte sobre estimulado. Niegas con la cabeza y le dices que estás bien.
—Esta es la parte orientel de las Grandes Llanuras, ¿verdad? —te ríes —. ¿Está aquí el gran Cañón del que hablabas?
—Debe de estar —responde Remiel vacilante —. No he estado aquí antes… ¿en verdad estás bien? Cielos, no te vas a matar cuando no ponga atención, ¿verdad?
—No, el suicidio es un pecado —respondes.
—Bien, ahora creo que aún no te he perdido —Remiel pone los ojos en blanco, se ve relajado, pero solo un poco. Se queda en silencio por un momento y entonces continúa—. ¿Eso es todo?
—¿El qué?
—¿No estás enojado? —duda—. No me quiero quejar, pero pensé que estarías más enojado, después de todo, yo…
Remiel hace una señal hacia su nuca.
Después de cuatro días ya no sientes dolor, solo quedó un poco de rigidez; cualquiera que haya pasado varios días en el asiento trasero de un coche destartalado se sentiría rígido. Hay bastantes bolsas de infusión vacías en el piso del asiento trasero, Remiel las ha suspendido para ti en los últimos días. No te has deshidratado ni tienes algún otro problema serio.
—Ya no duele —dices—. Solo comeré un poco y usaré las plegarias.
Remiel asiente y duda. Suspira.
—¿Y el Papa? —dice con voz derrotada.
—Me siento triste por lo que pasó —dices.
Remiel espera por un momento antes de darse cuenta de que has terminado.
—¿Y ya, solo triste? —confirma.
—Lo siento mucho —corriges—. Era un anciano amable.
—No, no es eso… ¡hace unos días te veías tan determinado a volver y morir! —está sorprendido, parpadea incesantemente— ¿Hay algo que no sé?
—Es la voluntad de Dios —dices.
Los ojos de Remiel se abren aún más, como si estuviera fastidiado, como si estuviera aliviado, y al mismo tiempo lo encontrara todo sumamente cómico.
—Dios es omnipotente y omnipresente —le explicas —. Si no detiene algo, es que tiene su consentimiento.
Saliste de la Santa Sede, y conociste a Remiel. Remiel vivió aquellas atrocidades, y te conoció. Se encontraron, se enamoraron, y colaboraron hasta escapar con éxito; para lograr esto se necesitó de abundante suerte. Los milagros suceden todo el tiempo, Dios los consiente.
Remiel te fulmina con la mirada por un momento antes de que una mirada divertida prevalezca, lo que le hace negar con la cabeza y reír en voz alta. Agarra el respaldo del asiento y ríe sin parar, rompiendo en lágrimas. Es como si una pesada carga se hubiese levantado.
—Estás enfermo —dice firmemente—Sí, no te entiendo.
—Pero aun así me amas —dices.
—Así es —asiente Remiel con alegría, inclinándose hacia ti para besarte— ¿Quién dijo que nos amaramos hasta la muerte?
Entonces, se ponen en marcha.
Remiel cambia de estación y la radio transmite canciones vulgares una después de otra, cantando sobre la tierra natal, carreteras, hoteluchos, así como mujeres amantes. Remiel responde con un silbido, sus afiladas garras golpetean el volante. Estás sentado en el asiento trasero del coche, ves su espalda y el camino irregular al otro lado del parabrisas. No hay caminos oficiales en las Grandes llanuras, y los caminos de tierra están llenos de surcos; no importa si no hay un camino predeterminado, van al oeste, a través del Gran Cañón, irán al norte o quizás sea al sur.
Más tarde se detendrán para comer y después te subirás al asiento delantero y te sentarás junto a Remiel. Él te enseñará a conducir, podrán tomarse turnos, este viejo pero duradero coche los llevará a lugares desconocidos.
*
Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]
Notas de traducción:
-灵光 (ling guang): divine light, a halo, a miraculous column of light. // Aquí solo quiero mencionar lo siguiente. Otro momento en el que aparece esta palabra es en el capítulo 24: “Giras la cabeza para mirarle en silencio, entrecierra los ojos ante la televisión, te preguntas en qué estará pensando.
Entonces, de pronto aparece un aura en tu corazón.
Es tan repentino y violento que no sabes por qué y no puedes pensar en una razón. Destroza la presa que has construido en tu corazón, tal vez solo el llamado del Espíritu Santo en las escrituras puede igualar un poder así de fuerte.”
-Gran Cañón: “El Gran Cañón (en inglés, Grand Canyon), también conocido en español como Gran Cañón del Colorado, es una vistosa y escarpada garganta excavada por el río Colorado a lo largo de millones de años en el norte de Arizona, Estados Unidos. Está situado en su mayor parte dentro del Parque nacional del Gran Cañón (uno de los primeros parques naturales de los Estados Unidos). Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 por la Unesco.” [Fuente: Wikipedia]
Comentario personal: Enoc se suelta a reír estrepitosamente y Remiel piensa, “se acabó, ha enloquecido” XDDDD.
¡Este bien pudo haber sido el final-final! Todo muy lindo y rosa *-*, pero no, aún queda un capítulo, ¡espérenlo pronto!
En las cosas random les tengo que contar.
Aquellos que leyeron “Un exilio…” recordarán que en algún comentario les conté sobre mis búsquedas de más historias Chica-AlfaxChico-Omega en novelas chinas (y algunos mangas). Les conté sobre cosas que leí y les dejé recomendaciones. Después de eso ya no busqué más y el tema se quedó en el olvido.
Pero resulta que hace poco (por cosas varias) volví a recordar el tema y decidí buscar novelas occidentales con escenas de pegging, y bueee… entre reedit, goodreads y youtube, saqué unos títulos pero tampoco me convencieron mucho. En fin, para aquellos curiosos les agrego lo que más me interesó.
+Aquí la etiqueta en Goodreads.
+ Strap-on Play, Pegging, Taboo Kink - Erotica // una lista (que tampoco ayudó mucho).
Primero un par de videos con recomendaciones de novelas:
Y pasando a la realidad. Dejando a un lado la ficción, me vi un par de videos que hablan sobre cómo hacer esto con la pareja, y me gustaron, fue muy informativo. Lamentablemente no se pueden ver fuera de ytb así que les dejó los links:
- Pegging: Why Do People Like It?
- How to PEG your boyfriend (PEGGING TUTORIAL).
En el primer video la profesional habla sobre en qué consiste y cosas a considerar (física y emocional). El segundo video, la persona que explica sí tiene experiencia en ello y trata más sobre 4 posiciones y sus beneficios (ejem, el “ayudante” es lindo ^^].
Y eso es todo, hasta la próxima.
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