viernes, 21 de octubre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 25

Más de medio año después de que comenzó la remodelación, por fin has convertido de vuelta la habitación de invitados en un dormitorio normal, es decir, dejó de ser una jaula para demonios de nivel confesionario.

Las plegarias sagradas fueron inscritas permanentemente en distintos lugares, es imposible removerlas sin que la habitación sea uniformada y reconstruida. En los últimos seis meses o aproximado, probaste distintos métodos y finalmente lograste construir una plegaria inversa con un efecto opuesto y equivalente. El poder divino es como uroboros, devora su propia cola y eventualmente se aniquila a sí mismo. De esta forma, has logrado adecuar la habitación de Remiel.

Has sido cuidadoso realizando muchos experimentos, como probar penicilina sobre la piel antes del tratamiento. La reacción más fuerte en Remiel fue una fiebre baja que duró solo un día, al día siguiente estaba saludable y activo. Su adaptabilidad es sorprendente, no sabes si es porque resucitó de entre los muertos usando el poder de una reliquia sagrada o si un demonio de sangre mixta (o los demonios de sangre mixta que despiertan) tienen esta habilidad. Cuando él entra con seguridad a la habitación de invitados, en retrospectiva te das cuenta qué tipo de proeza has logrado; aunque es probable que no debe ser apropiado llamarlo “proeza”

Tus maestros lo llamarían el acto del diablo, la obra diabólica del Anticristo. Triunfantemente has usado plegarias para proteger a una criatura con sangre demoniaca. Dado que has tomado el primer paso con éxito, con el tiempo podrías incluso ayudar a los demonios a caminar por los santuarios.

Remiel no sabe nada de esto, él no sabe mucho sobre los trucos del clérigo. Bajo tu mirada atenta, camina hacia el interior de la habitación y se queda parado junto a la entrada, mirando a su alrededor.

—Es un poco… —murmura, no dice más después de eso, solo te agradece.

Después de vivir juntos por un tiempo, has aprendido que él es bastante paciente y que muchas veces no te dice directamente lo que piensa. Esto hace que le pongas mucha más atención y te permite notar que en este punto parece un poco reacio. «¿Qué pasa? ¿Qué tiene de malo la habitación?. Estás un poco molesto que no le preguntaste antes de construir las plegarias inversas, es posible que prefiera la habitación principal en lugar de la de invitados. Quieres decirle que no tiene por qué vivir aquí, que te de unos cuantos meses más y así eliminarás las restricciones de la habitación principal pero Remiel ya ha seguido su camino en el interior.

—Es hora de mudarse —susurra como si se hubiera hecho a la idea, no sabes si te habla a ti o así mismo—. No me puedo quedar en el sofá para siempre.

Va a la cama, se sienta y se vuelve a levantar. La temperatura está bajando, hace días desde que el sol se mostró por última vez pero la ropa de cama para el otoño e invierno está toda seca, las sabanas están tendidas en la amplia cama recién comprada, las cobijas y almohadas están apiladas en la cabecera. Él se deja caer sobre la cama y da unas palmadas sobre la cobija doblada.

—Está más cuidadosamente doblada que el 90% del trabajo hecho por los soldados. Cada vez que te veo doblar cobijas siento como si aún siguiera en el campo militar —dice—. ¿Esto también es un requisito que aparece en la Biblia?

—Es solo un requisito de la iglesia—agregas—. No todos los sacerdotes tienen tal requisito.

Ser organizado es siempre algo bueno. Dios creó el mundo de esta manera, ustedes también deben emularlo en sus vidas diarias. Los miembros de la hermandad solían medir tu cobija con regla, de forma tan precisa que alcanzaba los milímetros, el castigo por el error cometido era mucho peor que no pasar una noche sin cobija, así que algunos de tus hermanos y hermanas usaban agua para planchar sus cobijas, al final durante meses todos dormían con la ropa puesta. Creciste acostumbrado a tender tu cama de esta manera, a pesar de que nadie midió tu cobija cuando estabas en el campo de batalla.

Remiel está acostado en la cama, estirándose, le toma segundos desarreglar completamente las antes ordenadas sábanas. Hace un momento prácticamente se tiró sobre los resortes del colchón, haciendo temblar la enorme cama, y tu pecho pareció tener un resorte; tu corazón dio un brinco, sintiéndose tan ligero como si no pesara. Le observas por un momento para entonces girarte a ver el reloj, estás listo para salir y comprar algo de acuerdo a tu agenda. Hoy tienes el día libre y aún no has salido.

—¡Enoc! —te llama Remiel a tu espalda—. Gracias.

Te das la vuelta para verle, sigue tendido sobre la blanca sábana como si fuera una nube. Le dices “de nada” y él te mira, te sientes un poco incómodo.

Sus manos están abiertas a cada lado, un poco por encima de la altura de sus hombros y tiene las piernas juntas. Esta es solo una postura que nació inconscientemente por su caída, pero se parece muchísimo a un mártir crucificado. Se ve divino y siniestro en partes iguales, te acercas y bajas sus dos manos.

No necesitas que Remiel sufra por ti, tú ya cargas con tus pecados, él no necesita sufrir de nuevo, no es justo.

Colocas sus manos bajo el nivel de sus hombros, y ahora parece que lo estás abrazando. Él te mira desconcertado, se deja hacer y parpadea. Cuando acabas, satisfecho y listo para irte, él te detiene.

—¿Eso es todo? —levanta una ceja— ¿Enserio?

Te jala hacia la cama.

Tú aún no te has quitado las sandalias y aunque el piso de la casa está casi impecable, subirte con ellas en la cama es algo que te preocupa. Bajas la mirada unas cuantas veces, Remiel lo nota y gruñe.

—¡Olvida esas malditas chancletas!

Él te las quita con los pies y comienza a besarte. Caes en la cama con él y rebotan juntos un par de veces por los resortes. Se siente mucho mejor que en una cama de tablones. La cama es grande, a diferencia del sofá, y puedes estirar tus extremidades. Sus piernas se enredan, con manos y pies se quitan la ropa y la tiran por todas partes.

Tu pene está erecto dentro de tus pantalones, como un perro hambriento que escucha el sonido de una campana. Has hecho esto muchas veces: besar, acariciarse el uno al otro, frotarse el uno al otro (Remiel lo llama “paja”, lo cual corresponde a “mamada”). Algunas veces se dan sexo oral el uno al otro y él te chupa y te enseña a lamerlo. Aprendes las cosas rápidamente.

Hoy Remiel se ha quitado más ropa que antes, y también te ha desnudado por completo. La sensación de contacto físico se siente bien, la temperatura corporal hierve, son piel contra piel. Te gusta esto, incluso quieres estar pegado a él todo el día sin algo más. «Qué depravación». Cuando abrazas a Remiel, sientes como si sujetaras algo dulce, tu lengua está repleta de saliva, quieres comerlo pero te resistes a hacerlo. Quieres hacer el amor con él, pero al terminar necesitarán bañarse y entonces los dos volverán a hacer sus propios asuntos o tú volverás a tu habitación para dormir; sientes que es un poco desafortunado.

Aunque es desafortunado, en cada ocasión sigues igual de impaciente.

Sus respiraciones pesadas se mezclan, y Remiel deja de frotarte. Toma tu mano y la baja de su pene hasta el trasero

—Quiero… que me folles —dice, mordiendo tu oreja.

Han sido meses desde la última vez que te montó en el piso, no lo has penetrado desde entonces; y no es por la sensación de entumecimiento en tu cuero cabelludo o el dolor en tu pene, al menos no es solo por eso. Él te permitió hacerlo, no lo obligaste a que te montara para demostrar algo, él simplemente quiso hacerlo. Por un momento, tus dientes no pueden evitar morder con mayor fuerza y dejas una profunda marca en su hombro; esto te hace querer disculparte pero en lugar de gritar de dolor o hacerte a un lado, él deja escapar un gemido ahogado, lo cual crees que es una señal de “continúa”.

No se da la vuelta, te da la espalda, tiembla y exhala mientras tus dedos entran en él. Percibes nerviosismo y miedo, del tipo que persiste en víctimas de agresión sexual, pero cuando te detienes, él te insta a continuar. Sus ojos están fijos en ti, como si tirara de un salvavidas, sin pestañear.

Le preguntas si está bien, él de pronto te da una sonrisa y dice que estaría bien si tuvieran condones. Tú te vas rápidamente y vuelves con un condón en la mano, los ojos de Remiel se abren con sorpresa, parece bastante pasmado ante la imagen.

—Soy el sacerdote de esta área —dices—. Estoy a cargo de algunas causas para la beneficencia.

Como por ejemplo, dar condones a los adolescentes locales

—Qué conveniente para nuestro sacerdote —dice, soltando una risa sincera.

Él abre el paquete con los dientes y ves aparecer sus dientes caninos, entonces te das cuentas de lo filosos que son.

Lo curaste, atendiste muchas de las cicatrices en su cuerpo. Tenía rastros de repetidas agresiones sexuales en los intestinos pero ninguna en la garganta. Piensas que aquellas personas no estaban completamente locas, se negaron a poner órganos carnosos entre esos dientes tan afilados. Los dientes de Remiel son más filosos que los de los humanos pero tú raramente los sientes cuando te besa o te da una mamada. Esta criatura dentada esconde sus colmillos de ti, y su lengua es tan suave como la tuya.

De pronto piensas en un perro enorme.

Su nombre era Relámpago, un muy buen perro trabajador que parecía una variedad cruzada de pastor alemán. En cierta época trabajó contigo, era inteligente y de alguna forma le agradabas. Relámpago tenía unos colmillos afilados como navajas que podían romper los huesos de los demonios, y sin embargo, nunca rasguñó tu piel. Cuando los adultos se iban, en secreto lo alimentabas con suplementos nutricionales (los entrenadores de Relámpago pensaba que necesitaba permanecer con hambre para mantenerse ágil y feroz), y te lamía la cara.

Relámpago era bastante inteligente, nunca se acercó a ti cuando había otras personas alrededor, aunque después de todo tampoco era tan inteligente ya que no sabía cómo evitar los ojos de las palomas sagradas. A tu regreso, fue a lamer tu cara bañada en sangre, la paloma sagrada se fue volando, y al día siguiente ya no volviste a ver a Relámpago. Tu Padre te recordó que debes ser cuidadoso con tu comportamiento, que la línea sanguínea de ese perro era diabólica y peligrosa, incluso si parece domesticado debes mantenerte en guardia. Confesaste tus negligencias y no preguntaste a dónde se fue Relámpago. Si lo hacías, los resultados serían peores.

Estás en trance, recuerdas que alguna vez te gustaron los perros. No te gusta este tipo de criaturas pero te gusta sus ojos llorosos y la nariz húmeda, su pelaje cálido, y sus animados jadeos; sin embargo, una vez que algo en particular te gusta, desaparece de tu vida, siempre es así. Un perro inteligente, una bufanda suave, una monja que te besó en la frente cuando tenías fiebre, siempre desaparecen si te gusta demasiado. Debes amar a las personas en el mundo, no a algo o a alguien en especial, ese es el pecado del egoísmo.

—Hay algo que quiero decir, en el pasado tus habilidades eran casi igual a tu talento culinario —dice Remiel—. Creía que simplemente me estabas torturando, pero lo cierto es que simplemente te faltaba técnica.

Interrumpe por completo tu línea de pensamientos, eligiendo sus palabras, y usa sus dedos para poner el condón en tu pene.

—Creía que los sacerdotes usaban al menos la posición del misionero —agrega.

—La iglesia enseña y promueve esta posición para emplear en las relaciones sexuales, y es por eso que recibe su nombre; no es que la usen los clérigos —dices—. Y la “posición del misionero” involucra a un hombre sobre una mujer, nosotros somos hombres.

Remiel te mira como si quisiera quejarse, pero también parece que le gustas mucho. A veces te da esta mirada afectuosa, como si fueras algo pequeño que puede ser sostenido con ambas manos; te confunde y hace que en tu estómago circule una honda de calidez.

—En ocasiones tengo esta sensación de que solo tienes diez años. Maldición, me haces sentir como si estuviera jugando con un niño pequeño —dice como si no supiera si reír o llorar—. Si las personas con las que lo hiciste antes no se quejaron, definitivamente fue porque eres muy atractivo.

—No lo he hecho con nadie más —explicas.

—¿Qué? —pregunta atónito—. ¿Aprendiste estas cosas de los libros? ¿Qué tipo de cosas usan los sacerdotes como material de enseñanza?

—Una vez vi a unos soldados tener sexo con un demonio en el frente de batalla —dices—. Un sacerdote tiene permitido casare, está mal tener relaciones sexuales antes del matrimonio, así como no se debe tener relaciones sexuales con alguien del mismo sexo.

—Estás teniendo relaciones sexuales con alguien del mismo sexo —dice Remiel con firmeza.

—Así es —respondes con tranquilidad.

La expresión de Remiel se suaviza, mira hacia otro lado un poco avergonzado, como si se disculpara por su sobre reacción de hace un momento.

—Entonces tu vida anterior era muy aburrida, Padre —dice—. Realmente desperdiciaste un montón de tiempo de “estudio”… afortunadamente no eres muy lento, puedo enseñarte.

Remiel hace lo que dice.

Te enseña cómo hacer el amor con él cara a cara y cómo hacer que ambos se sientan bien. Él es tanto el maestro como el material de estudio, se abre a ti, te enseña a leer su cuerpo, como se lee un libro. La intensa excitación sexual afecta tu raciocinio, pero afortunadamente, el placer y las emociones hacen que cada detalle tenga una profunda impresión, puedes recordar sin falla.

Recuerdas cómo sus piernas envuelven tu cuerpo, sus talones en tu espalda. Recuerdas cómo su cabeza se eleva durante el clímax, su mandíbula y cuello dibujan una línea recta, y cómo sus cuernos y su cabello trazan ondas. Remiel te desorienta, te provoca un ardor en el pecho y cuando caen juntos en la cama, sientes el aroma de una cobija tendida al sol, como si estuvieras acostado en una nube. La cama es grande, se pueden acostar el uno al lado del otro, te giras para mirarle, él cierra los ojos y se ve en paz.

En todo el día no hacen nada, solo hacen el amor una y otra vez, comen, se bañan, conversan, ven la televisión. Tu agenda es un completo desastre, en la noche estás adormilado y agotado, con un tipo de relajado y lánguido cansancio en el que no quieres salir de la cama o volver a tu habitación, y Remiel tampoco quiere dejarte ir. Con sus piernas sobre las tuyas, su mano sobre tu pecho, pretende no darse cuenta. Cuando tomas su mano, él también te la sostiene y tira de ella como un niño.

«Cuan profundos son mis pecados», piensas con parcial interés. El pensamiento desaparece rápidamente. «Aquí es tan suave y cálido», rápidamente te quedas dormido.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

Nota de traducción:
-Uruboros: “El uróboro (también ouroboro o uroboro) (del griego οὐροβóρος [ὄφις], '[serpiente] que se come la cola', a su vez de οὐρά, 'cola', y βόρος, 'que come') es un símbolo que muestra a un animal serpentiforme (con forma de serpiente) que engulle su propia cola y que forma un círculo con su cuerpo. El uróboro simboliza el ciclo eterno de las cosas, también el esfuerzo eterno, la lucha eterna o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo.
Generalidades: El uróboro es un concepto empleado en diversas culturas a lo largo de los últimos tres mil años al menos. Engloba varios conceptos similares y otros que no están relacionados y han sido asimilados recientemente por el cine y la televisión. Generalmente un dragón representado con su cola en la boca, devorándose a sí mismo. Representa la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos percibidos como ciclos que comienzan de nuevo en cuanto concluyen (véase el mito de Sísifo). En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. Se usa como representación del renacer de las cosas que nunca desaparecen, que solo cambian eternamente.
” [Fuente: Wikipedia]

Comentario personal: Mi pobre Enoc ;_; ¡cuánto has sufrido! ♥ ¡Sean felices, no se separen! *snifsnif*.

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