lunes, 3 de octubre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 20


Como resultado, ahora las cosas han cambiado de esta manera: Remiel te da una lista de compras, tú traes los ingredientes a casa y él los prepara.

Vegetales y carnes, los ingredientes que has comprado infinidad de veces, en manos de Remiel, son transformados como magia. Si no hubieras sido tú quien los compró y viste como fueron convertidos en comida, no habrías sido capaz de imaginar un cambio de imagen tan completo. Te sientes maravillado y Remiel niega con la cabeza ante tu alboroto.

—Es más sorprendente que hacer que todo tenga un solo sabor, ¿verdad?

Él dice que has estado tirando el dinero y tú respondes que nunca has desperdiciado comida, comes todo hasta el último bocado; es Remiel, más bien, a quien ves hacer a un lado el jengibre en su plato.

—¡Es el sazonador! —dice irónicamente— ¿No me digas que incluso comerías lavanda? —cuando recibe una respuesta positiva, se queda sin palabras.

Cosas como jengibre, lavanda e hinojo no son ingredientes y no deben comerse, así que no es de extrañar que tengan un sabor extraño.

Remiel parece haber encontrado un nuevo pasatiempo, le apasiona preparar todo tipo de platillos más allá de lo que requiere una persona para una comida completa. Te hace comprar un montón de azúcar, glaseado, sirope, y un montón de mantequilla, crema, queso; con ellos hace postres, mismo que al principio lucían grotescos pero entonces comenzaron a verse tan bien como aquellos en las tiendas. Podrían incluso saber mejor, después de todo usa una amplia cantidad de ingredientes.

Hay veces en las que te paras frente a la estantería que vende glaseado y sientes una punzada de culpa como agujas. Hay personas en guerra, hay personas que pasan hambre y en cambio tú compras un montón de azúcar. Te hace sentir como si cometieras un crimen. Esto no está bien, satisfacer la lujuria de la lengua también es un pecado, ¿estarás yendo demasiado lejos en el pecado de la gula?.

No estás adquiriendo todas esas cosas para ti, estás completando la orden de compra de Remiel, y él, como las personas asustadas en el campo de batalla, necesita mucho azúcar y pueden consumir bastante. Usas esto para convencerte y poner esos hermosos ingredientes en la cesta de la compra, y cuando la cajera dice que finalmente estás disfrutando de la vida, la culpa persiste de camino a casa, como si acabaras de escuchar una severa acusación.

Terminas la comida que Remiel ha cocinado y te dices que es para evitar desperdiciar, derrochar es un pecado. Pero no tocas los postres de Remiel, en absoluto, y después de unas cuantas veces, él deja de preparar tu porción. Lo ves comer esos fragantes postres y de alguna forma te sientes aliviado, como si una vez más se demostrara que tu decisión no es la equivocada.

Cada día el clima se está volviendo cada vez más caluroso, y la temperatura en la cocina es más alta que en el exterior. Ahí, Remiel poco a poco se fue cambiado a la hora de cocinar, quitándose el suéter y la camisa hasta ahora quedar solo con una camiseta. La prenda no es chica pero en él parece un poco ajustada. Los músculos pectorales llenan la camiseta en posición de la boca del estómago, como si fuese a estallar, se puede ver desde la línea del cuello hasta el pecho. Las tiras quedan atrapadas en el músculo trapecio, lo que más bien parece una marca a resaltar, permitiendo que la textura de sus bíceps sea más distintiva. Le preguntas si quiere que le compres ropa más amplia y él niega confundido.

Cuando el fuego es demasiado alto o la acción de agitar el sartén es muy frecuente, Remiel suda; pero no es el tipo de sudor en el que las gotas se deslizan por la piel sino más bien uno que cubre la piel en partes iguales. Su piel expuesta simula los vidrios de una ventana que han sido empañados en invierno, cubiertos con una capa de humedad. Humedad que no es fría sino un vaho caliente. Por alguna razón encuentras ofensivo mirar su piel sudorosa, parece demasiado… privado. Intentas mantener tu mirada en las partes cubiertas con ropa.

La mitad superior de la camiseta está muy estirada pero la parte de la cintura parece perfecta. Bajo la boca del estómago la cintura es estrecha, probablemente la culpa la tiene el contraste entre ambas partes. La cintura es sorprendentemente delgada, casi puedes sentir que uno es capaz de sostenerla con la mano. Entre la camiseta oscura y los jeans claros, el pedazo de piel color trigo parece especialmente deslumbrante. La cintura del pantalón es considerablemente baja, incapaz de hacer algo al respecto, tiene que buscar un lugar para poner su cola.

Esta es la parte más problemática, tiene una cola conectada al final del coxis y el pantalón no puede ser subido por completo, así que la cadera y un poco de la grieta de los glúteos quedan expuestos. La cola negra no ha seguido creciendo para ser el arma letal del demonio, en cambio, ha conservado la punta afilada como de flecha; la posible sensación suave por la falta de crecimiento te hace pensar que no está bien en su totalidad. La cola no permaneces realmente inmóvil y tranquila sino que empieza a balancearse lentamente cuando Remiel se encuentra de buen humor; no puedes dejar de verla. La observas moverse, incluyendo el espacio expuesto entre la camiseta y el pantalón. Ese pantalón no está muy apretado, y tu mano probablemente puede deslizarse fácilmente en su interior.

Saber cómo se siente al tacto, tu corazón se acelera, y por esta razón te arrepientes profundamente.

Una vez no puedes evitar tocar esa cola, pareces atrapar un péndulo, y esperas que ya no se vuelva a mover. Es realmente suave al tacto, sin huesos, tiene un ligero parecido a las salamandras. La aprietas sin percatarte y Remiel da un brinco, tirando la sopa en consecuencia.

Por esta razón te disculpas con solemnidad repetidas veces, pero Remiel no hace más que sentirse fastidiado. Te pellizca la muñeca y te dice que están a mano. La temperatura de sus dedos permanece ahí por largo tiempo, es terriblemente caliente, pasas tus propios dedos sobre tu muñeca, luego la presionas contra tus labios como si probaras si tienes algo parecido a la fiebre. Ahí la temperatura es normal, así que posiblemente solo sea tu imaginación.

El cabello de Remiel crece lentamente, y ves como constantemente se lo echa hacia atrás cuando come para que no caiga en el plato. Vas a una tienda y miras la enorme pila de cintas, pasadores y ligas para el cabello, por primera vez te das cuenta de que hay muchas cosas que puedes hacer con tu pelo. Al final, por recomendación de la dependienta, eliges una liga para el cabello color azul marino («“¡Para alguien pelirroja!”», dice, pensando que se la vas a dar a una niña en el orfanato) y se la das a Remiel.

Has atado antes el cabello de muchas niñas, si él no sabe cómo usar la liga, entonces puedes hacerlo tú. Pero Remiel se recoge y ata el cabello en un solo intento, dejándote con un sutil lamento. Después de todo tuvo una hermana pequeña y probablemente le ató el cabello muchas veces desde que era muy pequeña.

Jamás conociste a María pero probablemente sabes más sobre ella que otra persona en el pueblo. Remiel te ha dicho su nombre, su fecha de nacimiento, sus intereses, te ha descrito sus ojos marrones, su rizado cabello castaño y cómo vivieron juntos. Él dijo que María era un ángel, tú le crees, ella era la hermana de Remiel, y Remiel la quería mucho.

Te habla sobre María y sobre Fern, su amigo. Por un momento esto te desconcierta, a fin de cuentas, la hermana de Remiel y su amigo están muertos, la mayor parte de las personas que han perdido a sus seres queridos necesitan muchos años de ajuste antes de poder hablar nuevamente sobre ellos. Así que se lo preguntas con tacto.

—¿Por qué no hablarlo? —responde—. Ya todo está en el pasado. Soy el único que recuerda.

Una joven llamada María fue enterrada bajo tierra. Su esposo, su bebé, sus estudiantes, y la mayor parte de las personas que conoció murieron el mismo día que ella. Solo su hermano sigue con vida y solo su hermano sigue recordándola. De pronto entiendes por qué Remiel te ha dicho que en el pasado solo había una persona que recordará a María, ahora hay dos.

Tú la recordarás también.

Recuerdas su nombre, sus preferencias, y su día de nacimiento. Le compras un pastel en su cumpleaños y velas de su color favorito. Traes el pastel a casa y Remiel se lo comerá, probablemente a la señorita María no le molestará que su hermano se coma su pastel, seguramente será muy feliz. Pero no sabes si Remiel es feliz (aunque tú lo supones y esperas que así sea), sus ojos se abren con sorpresa y sus labios tiemblan cuando pones el pastel frente a él.

Comienzas a preocuparte de que has hecho algo mal, pero cuando te disculpas, Remiel sigue negando con la cabeza y suelta una sucesión de agradecimientos. Él es muy feliz, tan feliz que camina de un lado a otro por la habitación, incoherente y perdido. Resulta que también tiene momentos en los que “no sabe qué hacer”, tú solías pensar que él podía ser muy decisivo en cualquier ocasión. Remiel va y viene de la sala a la cocina, mira a su alrededor sin rumbo fijo como si quisiera hacer algo para celebrar; como no hay algo interesante en tu casa, abre unas cuantas más botellas de licor que quedaron del día anterior.

Tan solo ayer bebió, no crees que deba volver a hacerlo hoy sin importar su insistencia en que no tiene el más mínimo dolor de cabeza. Le persuades, el se niega, y después de un estira y afloja, por alguna razón, el alcohol es ingerido por ti. Tú no bebes mucho. En comparación con el Remiel de ayer que consumió varias botellas hasta el fondo, que tú solo bebas una copa de brandi es nada. Pero antes de esto, tu contacto con el licor ha sido imitado únicamente a la Santa comunión. La cantidad de vino tinto que ha pasado por tus labios solo podría llenar una tapa de botella.

Esta es la razón por la que inmediatamente después terminas en el sofá.

No te quedas inconsciente de inmediato, más bien lentamente comienzas a sentirte somnoliento. Tus orejas arden y tu cabeza se siente como una tetera en la estufa, con agua hirviendo, vapor sale de ambas orejas. La botella de licor frente a ti se convierte en dos para entonces volver a ser solo una.

—¿Cuántos son? —dice Remiel al levantar una manto frente a ti.

—Mano —respondes confiado después de mirarla fijamente por un rato.

Remiel jadea y murmura cosas como “No es posible”, “¿qué? ¿con solo una copa?” y “¿tienes la edad legal para beber?”, y tú frunces el seño, intentando discernir de qué está hablando pero no tienes mucho éxito.

—Por favor, disculpa, necesito dormir —dices lo más claro que te es posible y no tardas en quedarte dormido.

Tienes un sueño.

Sueñas que alguien te abraza, esa persona tiene hombros amplios y brazos fuertes. Al principio crees que es tu Padre, luego recuerdas que tu Padre está muerto y jamás te abrazó.

En este sueño Remiel te abraza, sus manos están entrelazadas detrás de tu espalda, dando pequeñas palmadas en la posición donde se encuentra tu corazón. Es igual a como lo viste a través de la paloma sagrada, abrazando a aquella joven ebria. Correspondes el abrazo y te sientes cómodo y seguro, como si flotaras en un océano cálido.

Pero entonces, el ambiente cambia a algo no tan sereno.

Sueñas que tu mano finalmente se ha metido en el hueco trasero del pantalón de Remiel, y baja contra su piel por la hendidura de los glúteos. Sus jeans y ropa interior desaparecen de repente, en ese sueño, carne robusta llena tu palma. El vapor caliente pasa de tu cabeza a la parte baja de tu vientre, y la piel de Remiel es más caliente que eso. Su cuerpo sudoroso está adherido al tuyo, le subes la camiseta y le lames el pecho. Tiene un sabor dulce.

Remiel jadea en tu oído. La respiración se siente muy real o tal vez sea tu lujuria la que es demasiado ávida; lo que sea te saca del sueño. Das un sobresalto y sientes un dolor pulsante en la frente.

Te cubres la frente con las manos hasta que estás completamente despierto. Hace un momento golpeaste algo. Remiel se encuentra a dos pasos de distancia, su frente está roja y te muestra una sonrisa seca. Su mirada es errante, ve a la izquierda y luego a la derecha, cualquier lugar menos tus ojos. Hasta que finalmente se detiene en un lugar específico, sigues su mirada solo para sentir un zumbido llenando tu cabeza.

Estrictamente hablando, Remiel te sigue mirando pero ve de tu cintura para abajo. En casa no usas la túnica, así que la tienda en tu pantalón resalta; descaradamente rígida bajo la mirada de ambos, sin importar en lo más mínimo el estado emocional de la audiencia.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

Comentario personal: ¡Objeto, el jengibre se puede comer! ¬_¬* *fandeljengibre*
Por cierto, creo que hay un error en algún lugar con eso de la túnica…
Me acuerdo que por ahí en los primeros capítulos decía que Enoc no usaba la túnica en casa. Pero en el capítulo anterior Remiel dice que él siempre la usa y que nunca lo ha visto sin ella (lo cual es falso porque obviamente se la quitó cuando trató sus heridas… y cuando duerme ¬¬, digo, cuando lo despierta a mitad de la noche), y entonces en este capítulo se vuelve a decir que él no la usa en casa. Ok, dato irrelevante pero sentí la necesidad de señalarlo, jajaja.

Y acá algunas recomendaciones bastante interesantes sobre china y corea.




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