lunes, 19 de septiembre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 16

Cuando hoy vuelves a casa la sala está vacía.

La televisión sigue encendida, las luces apagadas, y la pantalla fluorescente brilla contra el sofá vacío. Enciendes las luces de la sala y notas que en el suelo está una taza rota. No hay rastros de allanamiento, sin embargo, varias posibilidades muy aterradoras aparecen en tu mente, pero una por una las rechazas y las vas descartando. Antes de poder pensarlo más, abres la puerta del baño, enciendes las luces y ves en el interior a Remiel.

Usa el suéter y los pantalones que le compraste, se encuentra acurrucado en la bañera con la misma postura que antes. Mantiene la vista fija en dirección a la puerta, como si se estuviese preparando para tu entrada, como si solo buscara volver y evocar lo que se siente vivir en la bañera. Sin embargo, su cuerpo rígido está en descuerdo con esto, y cuando entras a su campo de visión, los brazos alrededor de sus rodillas se sueltan en una posición poco natural, parece un paquete congelado desmoronándose.

Has visto antes una situación similar en algunos refugiados. Se esconden en un espacio pequeño con el fin de escapar y mantienen sus músculos tensos por un largo periodo de tiempo. Cuando son rescatados, la mayor parte sufre de espasmos musculares o se ponen tan tensos que son incapaces de moverse. Este no es el caso con francotiradores que necesitan acechar por largo tiempo y soldados bien entrenados que pueden controlar su condición física; solo aquellos que están trastornados por el miedo usan una fuerza excesiva e innecesaria.

— ¿Estás bien? —preguntas.

Estás parado junto a la puerta, mantienes las luces encendidas. Tu voz es suave, usas el mismo tono para tratar con refugiados rescatados. Entras en modo de trabajo y dices palabras tranquilizadoras como “está bien” y “estás a salvo”, intentando adivinar lo que ha sucedido. Cuando entraste a la sala, las luces estaban apagadas; Remiel no apagó la televisión y la mayor parte del tiempo él no apaga las luces así que lo más probable es que aún no había oscurecido cuando algo pasó. Oscurece antes debido a la temporada estacional, por lo tanto, debe llevar varias horas escondido en el baño.

Irritado, Remiel niega con la cabeza y tú cierras la boca.

—Suficiente, no hagas eso… —dice.

Remiel no continúa y se limpia la cara. Odia tu actitud, pero tú no sabes exactamente qué es lo que odia. Ahora ya está más relajado que cuando lo viste hace un momento pero, como siempre, la humillación se abre paso después del miedo, como si ello fuese algo de lo que estar avergonzado.

—No es así —dices.

—¿Qué? —murmura Remiel.

—No es tu culpa —respondes.

—Por supuesto que no —dice con los dientes apretados y gesticulando groseramente.

Sus manos tiemblan ligeramente y tú piensas que esta vez debe ser principalmente por enojo y no por miedo. Alcanza el borde de la bañera pero pronto se da cuenta de que no es capaz de levantarse sin problemas a pesar de estar aferrado a ella. La suelta.

—Entonces, ¿por qué estás enojado contigo? —preguntas—. He visto a muchos sobrevivientes y pocos son tan valientes como tú.

Remiel frunce el ceño mientras hablas, parece que tus palabras le son insoportables. Obviamente no quiere escucharte hablar sobre el tema, incluso si te ha dicho todo sobre su pasado.

No, Remiel te ha contado sobre su vida humana, desde su nacimiento hasta su despertar, pero nunca te ha dicho una sola palabra sobre lo que sucedió después de eso. Eres quien limpió sus heridas, eso te ha dicho lo que sucedió pero él jamás ha hablado al respecto.

Nunca han conversado sobre eso, sobre lo que le pasó, sobre sus pensamientos al respecto. Algunas personas piensan que las experiencias amargas deben discutirse para permitir que el dolor sane, otros lo ven como un campo minado, y tú siempre has sido capaz de distinguir la diferencia entre estos dos tipos de personas. En el pasado, solo tenías que quedarte quieto y esperar a que las personas necesitadas se acercaran a ti. Si alguien necesita ayuda pero, por distintas razones, no se acerca a ti en busca de apoyo, solo puedes lamentar las consecuencias por no haber sido tratados, «aún así, es su elección, ¿no es así? No es tu deber». Pero tú no puedes hacer eso con Remiel, él es único, no puedes tomar el riesgo de fracasar.

—Las personas tienen miedo porque han sido heridas, al igual a como las palmas de las manos retroceden rápidamente cuando tocan una flama. Es una reacción muy normal —intentas comprenderle, intentas consolarle—. El dolor y el miedo nos mantienen con vida. No has causado problema alguno.

—Llamaron a la puerta —dice Remiel rápidamente.

En lugar de ser conmovido por tus palabras de consuelo, él hace una confesión derrotista para que así te calles y dejes de hablar sobre esas cosas.

—En la mañana, alguien llamó a la puerta —repite, lo cual parece explicar por qué rompió la taza, dejó la televisión encendida y se apresuró a entrar al baño, en donde ha estado escondiéndose hasta ahora.

Remiel no ha tenido pesadillas en varios días, y es poco probable que incluso el soplo del viento le asuste. Sus acciones se han vuelto cada vez más naturales, parece un huésped común y corriente que ha pedido alojamiento. Es bastante tenaz, da la impresión de estar intentando adaptarse a todos los cambios a su alrededor. Debido a que se adapta bien, realmente crees que rápidamente mejorará.

—Deben ser los creyentes cercanos —dices—. Ellos no van a entrar.

Remiel asiente casualmente, frunciendo los labios. Con cada segundo que pasas aquí hablando, él luce más incómodo. «No lo cree y solo quiere que te vayas», piensas.

Las expresiones verbales no funcionan, así que tienes que marcharte primero; vuelves a la sala y limpias la taza rota. Preparas la cena como de costumbre y llamas a Remiel cuando has terminado, pero él no sale del baño. Comienzas a comer solo, sales, vuelves, te ejercitas y cuando estás por tomar una ducha, Remiel finalmente abandona la bañera. Calientas la cena que guardaste para él y vas a darte ese baño. Después de lavarte, entras a tu habitación, abres el tercer cajón de la cómoda y sacas un arma.

Los clérigos también tienen armas, pero en un pueblo tan pequeño y pacífico como este cada uso de un arma debe ser reportado. Eso es bastante problemático. Esta no es tu pistola, es la que Remiel le arrebató a la jovencita, la que él mismo usó para volarse la cabeza. Esa noche trajiste de vuelta a Remiel, y el arma bañados ambos en sangre; ahora los dos se ven limpios y enteros. Quedan cinco balas, deben ser suficientes.

Regresas a la sala, Remiel sigue picoteando la cena con su tenedor, distraído y sin apetito. Con este clima, la mayor parte de la comida se enfría rápidamente. Te sientas frente a él y él te mira, se apresura y se atiborra el resto de comida en la boca. La hora en que finalmente termina de comer son las diez treinta y siete de la noche. La paloma sagrada que acabas de soltar te garantiza que las calles en un radio de un kilómetro se encuentran vacías, las condiciones son muy buenas.

—Acompáñame, por favor —le dices a Remiel.

Remiel te sigue con duda, dejan atrás la sala y caminan por el pasillo. Llegas hasta la puerta, La abres y el crujido le hace estremecer.

—¿Sientes frío? —preguntas.

Caminas hacia él, y como reflejo Remiel da un paso hacia atrás, deteniéndose abruptamente. Pasas de largo y llegas al perchero, tomas un abrigo, se lo pones encima y él queda tan rígido como el mismo perchero. Sales por la puerta principal pero él no te sigue, se queda parado en la entrada y te mira, su rostro pálido.

—No te preocupes, no hay nadie más aquí —dices.

Es obvio que eso no tiene efecto, Remiel se agarra el cuello del abrigo, sujetándolo con fuerza, como si hiciese demasiado frío como para dejarlo abierto («¿por qué no se lo abotona? »). Te mira fijamente con ese tipo de mirada inquisitiva que últimamente ha estado usando; es más rígida que de costumbre y casi puedes escuchar su cabeza luchando por analizar lo que sea que esté sucediendo dentro de tu mente. Te quedas parado ahí, mirándole y con calma permites que indague.

No sabes lo que ve pero después de un minuto o dos, baja la mirada. Rompe el contacto visual, sus ojos vagan y de pronto tú tienes una sensación extraña, como si sin razón alguna hubieses ganado una victoria inesperada. Un viejo lobo desvía la mirada en tu confrontación, con la cola colgando entre las patas y mostrando la garganta, viejo y enfermo, incapaz de seguir luchando.

—Lo… siento —dice Remiel secamente, mirando hacia el piso—. No fue mi intención.

—¿El qué? —preguntas.

—La taza —responde, lamiéndose los labios—. Te la pagaré, si necesitas algo…

—No te preocupes, por favor, compraré otra mañana —respondes—. No era muy cara.

—Oh —dice Remiel—. Está bien…

Pero él no se ve bien, su manzana de Adán se agita y él parpadea rápidamente, tan pálido como un fantasma. No puedes evitar volver la mirada hacia el exterior, preguntándote si habrá alguna bestia ahí afuera de la que no tienes conocimiento. La noche es muy tranquila, el anterior incidente del demonio y el disparo ocurrido a mitad de la noche fueron cubiertos exitosamente. Los residentes a tu alrededor está aliviados, sus puertas y ventanas se encuentran cerradas. Vuelven a sus casas sin retraso y se acuestan temprano, no sienten curiosidad alguna sobre aquello. La calle está desierta, las cortinas cubren cada ventana, y la paloma sagrada patrulla el vecindario. Estás tan bien preparado que incluso si una docena de demonios fuesen a cantar y bailar en este lugar, nadie más lo notaría.

—N-no tocaré nada —dice rápidamente Remiel—. Me puedo quedar en el baño, no iré a ninguna parte…

—¡No tienes por qué quedarte ahí! —dices enseguida—. Eres libre y tampoco tengo intención de restringirte.

Lo has interrumpido dos veces seguidas, es bastante descortés pero estás demasiado confundido y ansioso por explicar. ¿Por qué de pronto ha dicho eso? ¿Qué ha sucedido? ¿Estás haciendo algo mal? Te sientes inquieto y abrumado, y helo aquí, una vez que haces algo fuera de las reglas, aquí está la consecuencia: no hay respuesta correcta. No hay escrituras o un maestro que pueda darte el camino correcto. Si no sigues las reglas, las cosas salen mal.

Tu respuesta hace palidecer aún más su rostro, las chispas en sus ojos ya no saltan nerviosamente, es peor, se han extinguido por completo. Casi quieres cambiar de dirección y regresar, te preguntas si será posible volver a como era antes, y tu error, cualquiera que haya sido, que simplemente desaparezca como si nunca hubiese ocurrido. Pero Remiel sale por la puerta, deja de pronunciar palabras incomprensibles y simplemente avanza.

Entre tus expectativas, esto es lo que hace un momento debía suceder. Dejas que te acompañe para que así puedan salir juntos por la puerta, así de simple, ¿o no? Cierras la puerta con tanta tranquilidad como te es posible, sacas el arma y miras a Remiel quien ahora mismo te está mirando fijamente con una cierta tranquilidad apática, como un pez sobre la tabla de cortar mirando el cuchillo del carnicero.

Sin obtener respuesta, aprietas el gatillo un par de veces bajo su mirada inquietante.

—El seguro —dice Remiel.

Es entonces que recuerdas que has olvidado quitar el seguro, rápidamente lo haces y vuelves a disparar.

Las plegarias que acabas de colocar en la puerta pueden limitar el sonido de los disparos en un rango de unos pocos metros de distancia, los disparos no alarmarán a nadie. Disparas en dirección a la puerta cerrada y la bala se desliza sobre ella, cayendo al suelo con un sonido metálico. Das un disparo hacia la ventana, otro hacia la pared y también uno en dirección a la tubería, la casa sale ilesa gracias a tu protección infalible. Con solo una bala sobrante, pones el arma en la mano de Remiel.

—Puedes disparara hacia cualquier parte de esta casa —dices—. Cualquier área está bien protegida, las armas de fuego ligeras no pueden provocar daños considerables.

Has estado mirando a Remiel cada vez que disparas, y es agradable ver el cambio de su expresión, aunque parece ser en una dirección distinta a la que esperabas. Él se ve cada vez más sorprendido, y cada vez más confundido. Toma el arma, la mira y entonces te ve a ti completamente perplejo. Ansioso, vas hacia una esquina del jardín y recoges una pala.

—Puedes intentar esto también —dices, tras poner la herramienta en la mano.

—…¿qué? —dice finalmente.

—Hay cuarenta plegarias en una sola pared. Cada plegaría está diseñada en una estructura de siete capaz. No solo ofrece protección contra los demonios sino que también es una barrera excelente contra las altas temperaturas y daños físicos —comentas con sumo cuidado—. En teoría, puede soportar más de diez rondas de cañones, así que en este pequeño pueblo donde el arsenal más poderoso está limitado a armas de fuego ligeras, nadie puede entrar sin ser invitado. No pueden entrar, puedes intentarlo.

Remiel mira consternado el arma y la pala, y tú ves como la comprensión lentamente se muestra en su rostro. De pronto levanta la cabeza, su expresión es bastante complicada, hay muchas emociones mezcladas como consternación, enojo, esperanza, no puedes descifrarlas por completo. Toma un respiro y te devuelve todo.

—Entiendo —dice con la voz ronca— ¿Puedo volver?

Tú asientes y abres la puerta.

Los tensos hombros de Remiel colapsan, ahora parece completamente agotado. Entra tan pronto como la puerta es abierta y se vuelve a sentar en el sofá, abrazando los cojines como si quisiera echar raíces ahí; te mira como si fueras a lanzarte y quitarle su cobija. Caminas por un lado para evitar sospechas y recoges el desorden que habías dejado.

—Estás enfermo —murmura suavemente.

—No lo estoy —replicas—. Me encuentro saludable.

—Definitivamente estás jodidamente enfermo —responde Remiel, su voz un poco más alta.

Él no parece enojado o asustado y su voz tiembla un poco, pero de cualquier forma, es mucho mejor que antes. Ese error desconocido que habías cometido parece haber pasado sin que te dieras cuenta. Respiras aliviado y no das más excusas sobre el estado de tu salud.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

Notas de traducción:
*En capítulos anteriores incluí una nota sobre el Libro de Enoc (以诺书) y Remiel (雷米尔), así como los ángeles caídos. Aquí solo agregaré un pequeño recordatorio*

- “¿Quién fue Enoc? Enoc fue el hijo Jared, padre de Matusalén, y bisabuelo de Noé. Según la Biblia, Enoc vivió 365 años. La Biblia dice que Enoc «caminó con Dios, que no fue más, porque Dios se lo llevó» (Génesis 5: 21-24). El nuevo testamento cristiano tiene tres referencias a Enoc, desde el linaje de Set, hijo de Adán. (Lucas 3:37, Hebreos 11: 5, Judas 1: 14-15). En el islamismo, el profeta Henoc es conocido como Idris por algunos ulemas.

¿Qué dice el libro de Enoc? El Libro de Enoc se divide en tres libros. El primer libro se encuentra en la Biblia etíope. Se piensa que se escribió entre los siglos III A.C. y I A.D. También se encontraron fragmentos de este libro en los rollos del Mar Muerto, que conservan la lista más antigua de nombres de ángeles. Según este libro, ángel más grande es Yahvé (el Señor), el que creó la vida.
El segundo Libro de Enoc se encuentra en la Biblia eslavona y se piensa que fue escrito en el siglo I A.D. El tercer Libro de Enoc es un texto cabalista rabínico escrito en hebreo que proviene del siglo V A.D. Se han encontrado también fragmentos de un cuarto libro.
[…] Estos libros cuentan cómo Enoc fue llevado al cielo. […]

Los ángeles en el libro de Enoc: En su recorrido por los cielos, Enoc vio muchos tipos de ángeles. Vio una casa de llamas y cristal: los querubines. Dentro de esa casa había otra donde se encontraba la Gran Gloria, Yahvé, en un trono con un gran grupo de ángeles ante él.
Enoc también vio al arcángel Miguel, quien lo llevó por los diferentes niveles del cielo, donde vio serafines, querubines y ofanim, poderes de la tierra y del agua, principiados y al Mesías. Solo los arcángeles Miguel, Rafael, Gabriel y Phanuel podían entrar y salir del salón del trono.
Enoc también vio el lugar donde estaban presos los ángeles rebeldes, o ángeles caídos, Azazel y Semhaza.
Enoc aprendió además los nombres de los siete arcángeles: Uriel, que estaba a cargo del mundo y del inframundo; Rafael, a cargo de los espíritus humanos; Raguel, un ángel vengador; Miguel, el encargado de las personas buenas y del caos; Gabriel, encargado de los querubines, las serpientes y el Paraíso; y Remiel, el encargado de los resucitados.
Al final de su recorrido y aprendizaje en el cielo, Enoc se transforma en el gran ángel Metatrón, también conocido como el pequeño Yahvé.
” [Fuente: Trabajos Masonicos]

- “Raamiel (hebreo רעמיאל Ra'mi'el (Dios es para mí, el que truena); griego Ραμιήλ Ramiel) es uno de los siete arcángeles listados en el Libro de Enoc 20:18, como el "encargado de los resucitados" (20:8). […]
Transliteraciones: Se ha generado confusión con el nombre, pues las transliteraciones sucesivas de nombres provenientes del Libro de Henoc, colocan en 6:7-8, a Ramiel o Râmîêl, entre los Vigilantes caídos. Podría tratarse de homónimos, aunque es más probable que se trate de parónimos, ya que en los fragmentos arameos del Libro de Henoc, encontrados en Qumrán, se leen como Ramt'el y Ra'ma'el. La similitud de nombres (paronimia) ha sido adoptada por algunas versiones, en lugar de homonimia; por ejemplo en la edición de R.H. Charles se lee Râmêêl y Râmîêl en 6:7, como nombres de Vigilantes caídos y Remiel como el nombre del arcángel en 20:8,6 mientras que F. Martin, opta por Aramiel y Ramiel para los Vigilantes caídos y Remiel para el arcángel. Paronimia u homonimia, pareciera que el autor busca mostrar la facilidad de confundir a unos con otros; por ejemplo un Vigilante caído es Sahari'el y un arcángel Sariel.
Significado del nombre: Se ha propuesto frecuentemente como significado de Remiel, "trueno de Dios", de רעם, "tronar", aunque esta raíz también admite las variantes "estruendo" y "desconcierto de Dios". Otros leen "amor de Dios" o "misericordia de Dios", de רחם, "amar", "tener compasión, "conseguir misericordia", así como "amor fraternal entre quienes tienen un pacto", aunque esta raíz también permite la variante "vientre", "entrañas" o "matriz" y con doble sentido, "amante" o "concubina". Los parónimos y homónimos construidos con una de estas raíces, dan pie entonces a las confusiones, que llaman al lector del Libro de Henoc, esforzarse en distinguir entre los jefes de los Vigilantes caídos y los arcángeles.
” [Fuente: Wikipedia]

Comentario personal: Pasó lo que temía (T_T). Me quedé sin capítulos en stock y llevo ya varias semanas de retraso con las actualizaciones. Intentaré retomar las publicaciones, pero por el momento no puedo dar fechas. Lo siento, espero concluir esta novela este año.

Por otra parte, les cuento ahora sí lo que sucedió con el nombre de 177.
No sé si lo comenté antes pero cuando recién encontré esta novela, en NU no parecía tener mucho interés. La calificación que tenía en ese entonces era de 3.2★y solo tenía un par de reseñas (del traductor incluida). Como me cae bien esta historia, de vez en cuando me paso por ahí para ver cómo va la puntuación y los comentarios. Resulta que la última vez que revisé subió a un 3.9★ mientras que ya hay más reseñas positivas, y fue precisamente ahí que alguien comentó que leyó la novela (en chino, supongo) y le gustó la relación entre los nombres de los protagonistas. “Remiel” el ángel caído que aparece en el Libro de Enoc. Quedé con la duda, ¿cómo? ¿no que era Lemuel, un nombre así muy random? Pues voy y reviso el nombre chino, busco en Baidu y… sí, eso. Remiel (o Ramiel).
Tampoco es que esta corrección sea para tanto, les recuerdo que la traducción en inglés es automática con edición (obviamente existen errores), y además también vi en Baidu que hay quienes transliteran “雷米尔” como Remiel, Ramiel, Lemuel, o incluso lo escriben ligeramente distinto en chino (como雷密尔).

Pude haber ignorado ese dato para evitar complicaciones, pero el deseo de hacer una buena traducción ganó. Busqué más información sobre Enoc y los ángeles (¡diablos, ya me estoy leyendo el Libro de Enoc incluso sin entender mucho! xD), pero tristemente no encontré más datos importantes. En fin, espero que esta corrección no les cause conflicto.

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