Traes a casa una taza nueva, está hecha de acero inoxidable para que no se rompa si recibe un golpe fuerte. También has comprado una funda de lana del tamaño justo para evitar que el recipiente se caliente demasiado. Es un artículo sobrante de las ventas de Navidad, en la tela está tejido un reno con una enorme nariz roja.
Remiel sostiene la taza y la frota con sus manos, sus garras se entrelazan alrededor de la taza y algunas veces atrapan la lana. Piensas que es lindo y siempre le miras, al principio él te devuelve la mirada confundido, pero después simplemente te ignora. Remiel ha abandonado la idea de intentar entenderte, parece convencido de que estás enfermo, incluso después de que le mostraras tu informe médico.
En una noche de primavera, nuevamente te despiertas por los movimientos en la sala.
Entras a la sala y Remiel no está acostado en el sofá, él se encuentra apoyado contra la ventana, mirando hacia el exterior. Te das cuenta de que el movimiento que escuchaste hace un momento no se debió a una pesadilla sino al sonido que hizo al levantarse y abrir la ventana. Has venido a la sala como un reflejo condicionado pero no puedes realizar el resto de los pasos a seguir (darle un empujón a Remiel para que se despierte y sentarte por diez minutos), esto te hace quedarte parado ahí por un tiempo con la expresión en blanco. No sabes si debes volver a tu habitación.
Remiel te ve y parece un poco sorprendido pero eso no le detiene. Continúa y saca un cigarro de la cajetilla, se lo pone en la boca y lo prende con un encendedor. Con un clic, el fuego se eleva y se extingue, dejando atrás una pequeña chispa en medio de la oscura noche, dibujando un arco en la mano de Remiel, como una luciérnaga volando entre sus dedos.
Él no dice nada así que te acercas.
Te sientas en aquella silla, la cual se encuentra a unos pocos metros de distancia de sofá y a menos de un metro de la ventana. Claramente puedes ver el fuego reflejado en los ojos de Remiel, el humo va y viene con sus movimientos pero no es suficiente para iluminarle el rostro. Es bastante tempano, pero aún lejos de que amanezca. La luz tenue del exterior solo profundiza el contorno de Remiel. Estás sentado en la oscuridad y de alguna forma te sientes a salvo.
Sabes que la oscuridad no es segura, la visión de los demonios en la noche es mucho mejor que la de los humanos, todos los clérigos saben que siempre deben asegurarse de que un lugar esté lo suficientemente brillante en la noche. Pero saber es una cosa, sentir otra. Quizás sea la luz de esa chispa lo que te recuerda el fuego de una hoguera.
Hubo un año en el que todos los medios de transporte quedaron paralizados debido a una tormenta de nieve, y por eso no pudiste ser trasladado de inmediato a otro campo de batalla. Te viste obligado a pedir hospedaje en una casa residencial y te quedaste atrapado ahí la mitad del invierno junto al cálido y cómodo fogón. Por más de diez días no viste jamás a un demonio. La ancana que vivía en la casa te tejió una bufanda. Sentada en la mecedora con el fuego reflejado en sus ojos apagados; cuando los adultos no estaban alrededor, ella colgaba la bufanda alrededor de tu cuello para determinar cuánto debía tejer. La bufanda era muy cálida.
Después te fue confiscada esa bufanda, cualquier cosa que pasa por tus manos necesita ser estrictamente examinada con el fin de evitar las intenciones maliciosas de alguien o simplemente por no tener una producción lo suficientemente cuidada. En cualquier caso, la Santa sede se encarga de aquello que es más adecuado para ti.
—Por esta época, el año pasado aún estábamos en Norberland —dice Remiel—. En el clima frio se tiene el mejor viento para vencer a los demonios. Afortunadamente, esas cosas no se han adaptado bien a la temperatura de la Tierra, y fuimos capaces de echarlos de vuelta a su lugar de origen.
Una vez que ha tomado la iniciativa de hablar sobre su pasado, despiertas enseguida de tu distracción y le escuchas atento con la respiración contenida.
—En teoría, ese no debía ser nuestro trabajo, son los Cruzados los responsables de “bajar al Infierno”; pero nadie puede predecir lo que ocurrirá en el campo de batalla. Aquellos que se aferran a las reglas mueren—dice Remiel con tranquilidad—. Como sea, al final fuimos impactados por una nueva puerta del Infierno que fue abierta, había tanto demonios como cucarachas en un sótano. No nos quedaba más que bajar para escondernos por un tiempo o esperar arriba a ser despedazados. Así que le dije al capellán castrense que se callara y me llevé a mis hombres conmigo. Estaba tan malditamente caliente que incluso siendo invierno, siete personas murieron por el calor.
El Infierno es extraordinariamente abrasador, como un cráter. Para los humanos es muy difícil estar ahí por largas jornadas de tiempo, y ni qué decir de una batalla. Esta es precisamente la razón por la que los humanos han sido incapaces de contraatacar la entrada incluso muchos años después de la apertura del Infierno. Incluso en la actualidad, los capellanes promedio son incapaces de protegerse a sí mismos, lo mismo pasa al proteger a otros como los clérigos de los Cruzados.
—Ahí abajo había un enorme caparazón de tortuga… o algo parecido, y si te escondes en su interior es posible que sobrevivas. Cada uno de esos pequeños bastardos estaba jodidamente caliente. Nos movimos como locos de un lado a otro, moví de veinte a treinta personas repetidamente dando más de una docena de vueltas, pero entonces el suelo una vez más se incendió —con el cigarro colgando de su boca, las palabras de Remiel eran arrastradas—. El fuego ardió por más de diez minutos, y cuando terminó, volví y el lugar en el que habíamos estado parecía como si acabase de tener una fiesta de barbacoa. El calor era tan intenso que las personas que quedaron ahí se asaron en exceso junto con sus raciones de comida, los productos enlatados habían estallado por completo, y la carne y vegetales estaban regados por todo el lugar. Si un demonio hubiera llegado, habría estado malditamente feliz, los platillos ya estaban servidos.
Se detiene y ya no dice algo más.
—Por favor, no maldigas —pronuncias tras un momento de pensar en lo que debes decir.
Remiel te da una mirada silenciosa y entonces sopla el humo del cigarro hacia tu rostro.
El humo se extiende en el aire y golpea tu cara. Tú no fumas, nadie ha fumado frente a ti pero no toses. Has inhalado una gran cantidad de humo de pólvora, este tipo de humo no es un problema. Tu expresión no cambia rodeado por el humo y Remiel chasquea la lengua como si estuviera decepcionado.
—¿Y entonces? —preguntas cooperativamente.
—Después, subimos —continúa—. Ellos tuvieron suerte, no se encontraron con los demonios, y las treinta y tantas personas siguieron con vida.
Notas que no dice “nosotros” sino que ha dicho “ellos”.
—Todos se dijeron afortunados y me agradecieron por salvarles la vida. Después de eso… —Remiel murmura vagamente—. Dijeron “con razón”, ¿cómo es posible que alguien vaya al Infierno y vuelva con vida?. Con razón, ya que soy un demonio es posible que quisiera llevarlos a propósito, y todos esos soldados muertos seguramente fueron entregados a mis cómplices como bocadillos. Así que fue mi mala fortuna, una mala fortuna, el que salvara a ese grupo de malditos bastardos.
Remiel hace una mueca de desdén.
Por extraño que parezca, además de la burla sarcástica, parece genuinamente divertido. La historia termina tan cómicamente como esos soldados quemados vivos en el Infierno que terminaron siendo guarniciones para los demonios.
Si supieras más sobre la narrativa humana, probablemente entenderías mejor algunas de las razones por las que Remiel no era popular. Él tiene un cruel sentido del humor y es lo suficientemente fuerte como para permitirse ser estricto con los demás. Es terco y arbitrario, probablemente era un tirano despreciable con sus subordinados, incluso si actuaba de cierta manera para protegerles y salvarles la vida.
—¿Te arrepientes de haberlos salvado? —preguntas.
—No —dice Remiel después de un largo silencio—. Era mi trabajo salvarlos.
—¿Y si hubieras sabido lo que ocurriría después? —preguntas de nuevo.
—Entonces me habría jubilado antes y habría pedido un préstamo para obligar a María y a Fern a mudarse —dice enfadado.
—No me has respondido —preguntas insistiendo—. Si hubieras sabido lo que harían en el futuro, ¿aún así los habrías salvado?
—Salvaría al otro grupo —Remiel dice con irritación—. Cuando bajamos tenía cuarenta o cincuenta personas, ellos siempre serán mis soldados… después de todo, ¿qué quieres escuchar?
Tú no sabes lo que quieres escuchar pero él ya te ha dado una respuesta.
¿Qué habrías hecho si fueras él?
Probablemente los salvarías también, además de permitir que bajen les habrías explicado antes y los tranquilizarías una vez que volvieran a la superficie. Incluso si perder tiempo causase mayores pérdidas; una vez que has asumido la responsabilidad de salvarlos, significa que lo harás por completo. A las víctimas les darás una ceremonia religiosa para ayudar a que sus almas encuentren la paz, mostrando una expresión de tristeza. Con solo escuchar la narración de Remiel, ya puedes identificar una gran cantidad de procesos “incorrectos” e “incompletos”. Si hubieras sido él, nunca habrías sido tan falto de reconocimiento. Sabes qué hacer en estas situaciones, incluso faltándote la mínima compasión por esas personas.
Los soldados mueren en el campo de batalla, ¿qué hay por compadecerse? ¿qué es tan lamentable? Son simple leña que arde en el fogón. Las personas siempre mueren, no importa cuándo o dónde.
Pero Remiel, incluso después de ser violado por sus camaradas y subordinados, aún así sigue llamándolos “mis hombres”. Habla de sus soldados con una intimidad inconsciente, y tú sientes perfectamente que este oficial, el cual se burla de las reglas y cree que los únicos que se apegan a ellas son hombres muertos, tiene motivos distintos a los tuyos. Realmente no sale de su responsabilidad.
«¿Esto es o no una prueba más de que las reglas son más importantes?»
Por supuesto, incluso si tener conciencia de este caso, un sacerdote recibirá mayor aprecio y respeto que el trato dado a un oficial con grandes éxitos y que se ha encontrado con un accidente. Sin embargo, tú solo sientes que Remiel es mejor, no sabes por qué.
—Olvídalo, no quiero entenderte —dice Remiel para sí, negando con la cabeza—. Solo Dios sabe lo que quieres hacer conmigo, ¿estás escribiendo un documental de observación?
Él vuelve a mirar por la ventana. Extiende el dedo para dar un golpecito, sacudiendo así una larga porción de cenizas de cigarro que cayó en la superficie. El silencio vuelve a ti una vez más, esta vez no te hace sentir incómodo. Remiel te ha contado una historia y tú piensas que debes corresponder el gesto. ¿Qué estabas haciendo este día el año pasado? No puedes recordarlo, quizás sea porque todos los días son similares.
—Ese caparazón de tortuga era el de una tortuga roja elefante—dices después de pensar en ello—. Viven en lugares del Infierno donde la temperatura es relativamente baja, pertenecen a la clase de hierbas perennes…
—¿Hierbas? —dice Remiel con sorpresa.
—Sí, es una de las únicas plantas carnívoras del Infierno —continúas—. Lo que viste fue el caparazón restante tras la muerte natural de una tortuga roja elefante. Si siguiera con vida entonces tendría más de diez enredaderas dentro del caparazón, estas atrapan a las criaturas que pasan a su alrededor. Sus enredaderas no tienen la fuerza de la cascara, y por eso cuando se estiran basta con golpear las uniones, se usan plegarias o incluso artillería pesada, lo cual puede hacer que libere a sus presas.
—Estoy comenzando a pensar que dices tonterías —comenta Remiel—. Lo cuentas como si hubieras visto una con tus propios ojos.
—Lo he hecho —aclaras—. La tortuga roja elefante es una planta del Infierno relativamente común.
Remiel te fulmina con la mirada como si hubieras dicho algo inapropiado. El cigarro le quema la mano así que lo apaga rápidamente y tú le entregas un cenicero.
—Es verdad, eres capaz de volver a la vida a una persona con el cráneo destrozado; no he visto antes a un capellán capaz de hacer algo así —susurra—. ¿Sacerdote de los Cruzados? Eres demasiado joven, ¿cómo pudieron dejarte luchar en el ejército?
—Es la voluntad de Dios —dices.
—¿Qué? —pregunta Remiel.
—Es la voluntad de Dios —dices con solemnidad—. Dios ha dirigido mi camino.
Remiel se queda sin palabras, ambos se miran el uno al otro por un momento, hasta que finalmente él suelta un suspiro.
—Sigamos hablando sobre la tortuga roja elefante —dice.
Te sientes muy feliz de que entienda.
Le explicas los hábitos de vida de la tortuga roja elefante, desde su posición en la cadena ecológica en el Infierno hasta cómo matarles, su valor práctico, entre otras cosas. Al principio, el rostro de Remiel no muestra reacción alguna pero entonces comienza a parecer un poco interesado. Tú eres feliz por ello. Esta es tu área de especialización poco común, y tienes mucho por decir. Hablas así la mayor parte de la noche hasta que los cielos del este se vuelven brillantes y el sol aparece.
En la segunda mitad de la noche, eres el único hablando. Hablas sobre las tortugas roja elefante y sobre demonios comunes, desde los más habituales hasta las variedades de más alto nivel. Remiel sostiene su barbilla y te escucha, algunas veces mostrando sorpresa. Mencionas los nombres científicos de un monstruo que vive en la lava, el “Delicioso camarón divino” llamado así porque tiene en el caparazón un patrón similar a una sagrada escritura y también es delicioso. Remiel se echa a reír ante esto.
Esta es la primera vez que le ves reír así, no con amargura, no con sarcasmo, no con malicia. Su risa resuena en su pecho, y eso suena… ¿cálido?. Su risa ahuyenta por un momento el aire frío y pesado, como una antorcha siendo ondeada en el aire. Piensas que es increíble, es como ver un fuego reavivar en un tronco húmedo y podrido.
De pronto entiendes por qué de principio compraste a Remiel.
Incluso cuando se lanzó hacia el cuchillo del vendedor, había un fiero poder en él. Remiel es ese tipo de persona, batió una botella sobre su padre, lideró un ejército para hacer frente a sus muertes, se convirtió en un demonio y sobrevivió, se abalanzó bajo un chuchillo carnicero, se dio un tiro, ríe… él simplemente no desaparecerá en silencio. Cuando la flama se apague, las chispas darán un salto final, desgarrando la noche oscura.
Tus manos están frías y entumecidas, no reconoces la forma de nada de lo que has tocado. Quieres tocar esta flama, incluso si te quemas, el dolor te será una experiencia muy valiosa.
*
Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]
Notas de traducción:
-Norberland* (诺伯兰, Nuo bo lan).
↪Aclaración: Tuve dificultades en la elección del nombre porque no estoy segura de si es un lugar que pretende ser vinculado a la realidad, si es una referencia a un juego en línea o si simplemente se trata de un error de escritura. Les dejo las dos posibles referencias.
↪ Northumberland (en chino 诺森伯兰): “[…] es uno de los cuarenta y siete condados de Inglaterra, Reino Unido, con capital en Morpeth. Ubicado en la región Nordeste limita al norte con Escocia, al este con el mar del Norte, al sur con Tyne y Wear y Durham y al oeste con Cumbria. ” [Fuente: Wikipedia] (*Por cierto, hay muchos lugares con este nombre. Decidí incluir el que apareció primero en Gogle, pero acá pueden ver una lista de países)
https://en.wikipedia.org/wiki/Northumberland_(disambiguation)
↪ Freesky Online: Era un juego en línea originalmente lanzado como 天空左岸 (Freesky). (*En Baidu me encontré que hay un lugar(?) llamado así, pero lo cierto es que no pude investigar más porque no encontré una guía e nombres/sitios/etcétera en inglés).
(También hay una empresa o marca con dicho nombre, pero su creación fue en 2022 así que no cuenta...).
-Cruzados: “Los cruzados eran guerreros cristianos, principalmente de Europa Occidental, que participaron en alguna de las cruzadas en la Edad Media. El nombre deriva de la costumbre de coser o pintar una cruz en sus ropas (de ahí la expresión "tomar la cruz", que indicaba a aquellas personas que partían para participar en las cruzadas). El término "cruzado" no empezó a usarse ampliamente hasta el siglo XV, pues anteriormente se consideraba a estos caballeros como peregrinos armados.” [Fuente: Wikipedia]
- Capellán: “Capellán es un miembro del clero que sirve en una institución particular a un grupo de fieles que no están organizados ordinariamente en una parroquia o misión. Así, un capellán está asignado a una capilla privada, en instituciones laicas como colegios, unidades militares (capellán castrense), barcos, prisiones (capellán penitenciario), hospitales, universidades, departamentos de policía, parlamentos, etc.
Tradicionalmente, se denomina "capellanes" a los miembros de alguna rama de la fe cristiana (por ejemplo pastores, reverendos o ministros) que se encargan de pronunciar sermones en los lugares ya mencionados; o bien, a los eclesiásticos o sacerdotes que dicen la misa en la capilla u oratorio. En ocasiones, estos gozan de rentas de una capellanía (aunque no siempre es así), o prestan un servicio a un particular a cambio de un estipendio, como parte del servicio doméstico en su sentido más amplio de una casa.” [Fuente: Wikipedia]
↪Capellán castrense: “Un capellán castrense es un sacerdote destinado a ejercer las funciones de su ministerio en un regimiento o batallón. Desde los siglos más remotos se ven capellanes entre las tropas pues los ejércitos antiguos tenían sacerdotes para hacer los sacrificios y para sacar de ellos los pronósticos.” [Fuente: Wikipedia]
Comentario personal: Enoc me da tanta ternura T_T! *poor baby* Y me encanta este capítulo porque por fin se van entendiendo.
En cuanto a la traducción… sufrí este capítulo porque tiene varias partes que me parecieron no muy claras y por eso tuve que consultar constantemente el raw (lo que lleva tiempo e hizo que tarde en avanzar -_-‘… arg, ¿por qué no puedo pasar ya a los capítulos 20s? ¡siento tan lejano el final!).
No he leído nada y no he visto nada que valga la pena comentar.
Mejor me voy a dormir, ¡hasta la próxima!
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