lunes, 26 de septiembre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 18


Un día mientras cenan, Remiel gira su tenedor y parece estar considerando algo.

—¿Te gusta así o los sacerdotes tienen que comer de esta manera? —dice, mirándote y dando unos golpecitos en el plato con el tenedor.

—¿La carne de res? —dices tras echarle un vistazo a su plato.

—No, hablo de…. —Remiel se detiene y tú piensas que quizás tragado algo desagradable— Bueno, cosas cocidas.

La cena de hoy es pan integral, carne de res, guisantes verdes y manzanas. No ves nada malo.

—La comida cocida es más saludable, ¿o te gusta cruda? —preguntas.

—Cuando una persona promedio dice comida “cocida” no se refiere nada más a echar en una olla todos los ingredientes y ponerlos a hervir —dice Remiel—. ¡Ni siquiera le agregas sal!

—Ya hemos tomado agua salada —le recuerdas.

—¿Es por eso que me haces tomar ese maldito vaso de agua salada todas las mañanas? —murmura Remiel con sorpresa— ¿No es simplemente una extraña forma de vida o un ritual religioso?

—Son seis gramos de sal —explicas—. Sigue la recomendación de ingesta diaria de sal para el cuerpo humano.

—Mierda —maldice Remiel.

—Por favor, no maldigas —le vuelves a recordar.

Invierten un poco de tiempo comunicándose y finalmente entiendes que él está insatisfecho con la comida, no por los ingredientes sino por la forma en que los preparas. Tú eliges los ingredientes mejor balanceados con respecto a sus nutrientes, separándolos por “debe ser comido crudo” y “debe ser cocido”; después los mezclas de forma, los metes en una cacerola, agregas agua y los pones a hervir. Al principio, no podías controlar bien la temperatura, el tiempo de cocción para cada ingrediente es distinto. Con el fin de evitar que queden crudos los ingredientes que necesitan más tiempo al fuego, te has acostumbrado a dejar que la mezcla hierva por un tiempo a fuego lento. De cualquier forma, en tanto el agua no se evapore por completo, los ingredientes no se quemarán. Tú cocinas de esta forma y no consideras que exista algo mal en ello.

—¿Creciste comiendo así? —pregunta Remiel— No eres hijo biológico, ¿verdad?

—No, la Santa sede está equipada con suplementos nutricionales —respondes sorprendido por sus habilidades de observación—. Sí, fui adoptado.

Remiel se queda sin palabras.

—A decir verdad, soporté esto por meses —murmura—. Pero creí que simplemente no podías llevarte bien conmigo o que te gusta pasarla mal como esos monjes ermitaños…

—A los monjes ermitaños no les gusta pasarla mal —explicas—. Ellos mejoran por sí mismos sus cuerpos físicos y elevan el espíritu para estar más cerca del Señor.

—¿Te importa si cocino mañana? —dice Remiel tras un profundo suspiro de resignación.

No hay razón para que rechaces su petición. Al día siguiente traes contigo ingredientes frescos, él los toma y entra a la cocina.

Lava y limpia las piernas de pollo, gira la punta del cuchillo por sobre de la articulación y separa eficientemente la carne de los tendones y el cartílago. Obviamente es muy bueno usando el cuchillo, tú apenas y entiendes lo que está haciendo. Extrae los huesos de las piernas, quedando limpios y con residuos de carne apenas visibles. Sostiene el pollo deshuesado con la mano izquierda y con el cuchillo en la mano derecha lo pincha unas cuantas veces. No tienes la menor idea de por qué está torturando el cadáver de este pollo.

—Hacer esto, lo hará más delicioso —dice Remiel al notar tu confusión—, además de que la piel no se encogerá ni se separará de la carne por el calor. Si se desprende, no sabrá tan bien.

No entiendes nada lo que está hablando pero de cualquier forma asientes con la cabeza.

Remiel también lava las cebollas y zanahorias que compraste, las corta en trozos pequeños y las deja a un lado. Te pregunta si tienes ajos, romero, pimienta negra o miel, y suspira ante la respuesta de “no” a todo ello, casi te hace sentir culpable.

—Está bien, al menos tenemos esto —murmura dando palmaditas, como a un cachorro, al bote de sal.

Le agrega sal a los trozos de pollo, frotándolos para que los granos se filtren en la carne. Dudas pero Remiel te mira y de inmediato se da cuenta. Parece no saber si reír o llorar.

—¡No te matará comer unos pocos granos de sal! —dice.

Tú no tienes nada por decir.

Ves que saca de la alacena el sartén que nunca antes habías usado, lo pone en la estufa a fuego bajo, después de un rato vierte aceite y sigue calentando. Cuando Remiel se da cuenta de que no hay espátulas en la cocina (las espátulas dejadas por el dueño anterior se rompieron por alguna razón y tú nunca compraste sustitutos), de nuevo muestra una expresión de perplejidad.

—Eres un sacerdote rico —Remiel niega con la cabeza y se da la vuelta para tomar su tenedor de la cena—. ¿Cuántos años llevas viviendo aquí? La defensa de la casa no pudo haber sido forjada en un año o dos… aunque siento que no estoy equivocado, no estoy familiarizado con hechizos.

—Cinco años —respondes.

—Cinco años y nunca has comprado una espátula —se queja.

Quieres decir algo pero Remiel transfiere con el tenedor los cubos de pollo al sartén, el aceite crepita, poniéndote nervioso y preocupado de que algo explote. Las plegarias adecuadas para la situación ya están en la punta de tu lengua y listas para actuar, pero Remiel no se ve preocupado en absoluto. Parece muy relajado, e incluso te cuenta sobre su experiencia de colarse en la casa de alguien más y tomar prestada la cocina cuando no tenía hogar. Dice que afuera estaba muy frío y nevaba, ellos habían planeado escalar la pared para robar un encendedor pero la familia ni siquiera tenía uno, y en cambio la cocina estaba llena. Él y su hermana cocinaron miel y mantequilla junto con bellotas verdes que tomaron de la cocina, aquello sabía muy bien.

Casualmente mueve el pollo con el tenedor, le da vueltas una y otra vez, y tú recuerdas las pinturas religiosas donde los demonios en el Infierno usan trinchetes de metal para voltear una y otra vez a los pecadores sobre las losas de piedra caliente. Un invitado con cuernos está en tu cocina usando hábilmente un tenedor de metal y un sartén mientras que tú, un sacerdote, te quedas parado a un lado observando los cadáveres silbantes en el sartén, escuchando al cocinero confesar francamente sus ofensas ilegales de allanamiento por tener hambre.

Son agregadas las cebollas y zanahorias, el aroma se mezcla con el del pollo. Los trozos de pollo se decoloran mientras los voltea, pasando de un tono pálido a uno dorado, en algunos lugares se ven un poco quemados, pero las partes oscuras también se ven encantadoras, como caramelo. El aceite fragante se desliza por la superficie del pollo, y mientras Remiel remueve, las verduras esparcidas junto a los trozos de pollo se cubren de un brillo lustroso.

Remiel tiene listo los cubos de pollo con verduras, y continúa con la sopa de tomate rojo y todo queda listo en unos cuantos minutos; lo primero aún no se ha enfriado cuando la sopa es vertida en un plato. El ha usado todos los ingredientes que compraste, los tomó y preparó una comida. No se parecen en nada a algo que hayas visto antes, toda la comida es deliciosa y caliente, completamente distinta a la que haces, y tú crees que Remiel es sorprendente.

La piel chamuscada del pollo es crujiente y deliciosa, y cuando le clavas los dientes, el delicioso jugo empapa tu lengua. Está más caliente de lo que creías, y siseas por la quemadura; Remiel se ríe y te pasa la leche.

Incluso si te has quemado la lengua, el sabor te sigue pareciendo impresionante. La piel ligeramente chamuscada es deliciosa y crujiente, la carne de pollo bajo ella es suave y jugosa, y la sal parece haber producido una reacción especial, haciendo la carne mucho mejor de lo que solía ser. «Sorprendente», piensas, disminuyendo inconscientemente tu velocidad de masticación, permitiendo que tus dientes y lengua hagan contacto total con ella. Es muy agradable la sensación de cortar la carne con tus dientes, es un tanto suave y elástica, sientes que tu lengua es como una placa de metal porque el contacto te hace saltar.

Recuerdas la primera vez que comiste una manzana, solo tu sorpresa podría ser comparada a lo que estás sintiendo ahora. La fresca pulpa crujiendo bajo tus dientes, el jugo salpicado y tu boca llena de su aroma. Un sabor completamente distinto al de los suplementos nutricionales, dulce y aromática, casi te conmovió. En ese momento pensaste con atrevimiento que si el original fruto prohibido tenía tal sabor, entonces no era posible culpar a tus ancestros por ser expulsados del Jardín del Edén.

Escuchas una risa sutil, Remiel ha limpiado su plato y ahora te mira con la barbilla elevada, su otra mano juguetea con un tenedor. Sientes que se ríe de ti pero no percibes mucha malicia.
Podría estar viéndote comer como tú sueles ver sus garras atrapar la lana. Tu estomago se siente cálido por la comida, por esa risa.

—Al final, ¿cómo creciste comiendo? —pregunta Remiel.

En comparación al lamento anterior, esta vez se acerca más a una pregunta curiosa. Le describes los suplementos nutricionales distribuidos por la Santa sede, una comida en pasta que es fácil de cargar y comer, un ofrecimiento especial para sacerdotes. Tres suplementos al día pueden proveer las necesidades nutricionales de un adulto, y hay variantes distintas para infantes, para adultos de mediana edad y para ancianos. Remiel se sorprende y al mismo tiempo tiene falta de interés.

—Suena asqueroso —dice—. ¿Sabe a cera o a aserrín, quizás?

—No lo sé —respondes con honestidad—. No he comido cera ni aserrín.

—No parece que haya mucha diferencia en comparación —dice encogiéndose de hombros—. A pesar de que no he comido esos suplementos nutricionales.

—¿Has comido cera y aserrín? —preguntas con sorpresa.

—Cuando tenía hambre… —dice— pero al menos desde pequeño no tuve que comer esa cosa, y tampoco tengo esa “habilidad” tuya de cocinar toda esa pila de alimento. Ve y compadécete de ti mismo.

Esa noche, compras una espátula, ajos, romero, pimienta negra y miel. Remiel hace pasta y sopa de algas marinas, dejando la carne que trajiste.

—La carne de res necesita ser cocida por adelantado unas cuantas horas —explica—. Es mejor con un poco de vino o brandy.

Remiel mete la carne en el refrigerador; parece estar de buen humor, incluso tararea sin darse cuenta mientras sirve la sopa. No sabes a qué sabe el estofado de res pero él se ve tan expectante que sinceramente has comenzado a esperarlo también.


*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

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Comentario personal: Remiel cocinero y ambos conociéndose más a fondo. Awww, ¡que me dan ternura!
El próximo capítulo es un especie de extra y me cae muy bien, espero también les guste.

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