lunes, 7 de noviembre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 30


Remiel saca un cigarro.

Enciende el cigarro, inhala unas cuantas bocanadas, y el humo blanco lechoso se difunde en el aire. Después de unas cuantas caladas, le queda una sensación de frío entre los dedos.

No es que no le contaras sobre cosas del pasado, él te compartió anécdotas sobre sus familiares, amigos y la guerra, y tú fuiste reciproco con tu conocimiento sobre el campo de batalla, le contaste qué tan profundo fueron los Cruzados en el Infierno, le contaste sobre todo tipo de ecología que existe bajo tierra, y esta vez él te pide que le cuentes todos los detalles. Te pregunta sobre tu itinerario y sobre tus relaciones pasadas con las demás personas. Al final descubre que lo que tú consideras normal, entre aquello de lo que no habías hablado, se esconden muchas cosas fuera de lo ordinario.

Nadie puede acercarse sin permiso al Hijo de Dios, nadie le pregunta al Hijo de Dios cómo está; así pues, esto no tiene precedentes y no está prohibido. Puedes decirle, se lo dices.

Le describes tu agenda diaria, que antes de los catorce estabas en la superficie y que después de los catorce pasaste la mayor parte del tiempo bajo tierra. Le cuentas sobre tu Padre, tus hermanos (ellos no son Hijos de Dios, sino otros aprendices de tu Padre, más bien algo así como cuidadores o compañeros), sobre un perro llamado Trueno, la monja que desapareció después de besar tu frente, y la antes mencionada capilla. Remiel te pide que le hables sobre las personas a tu alrededor pero no tienes mucho que decir al respecto. Contar más de diez años de experiencia, correspondió el tiempo de consumo de solo unos pocos cigarros.

Muy pocas personas te dejaron con historias que contar, y cuando lo hicieron, esas personas desaparecieron rápidamente. Lo gracioso es que, cuando menos valía la pena mencionar a alguien, más tiempo se quedaron contigo. Esas personas no dijeron más que una o dos palabras, se encuentran borrosos en tu memoria, como tornillos silenciosos en una máquina.

Remiel apaga el último cigarro en el cenicero sin siquiera darle una calada. Se levanta y se vuelve a sentar, inquieto como si lo atormentara algo que se arrastra en su interior, incapaz de encontrar la salida. Te detienes y te preguntas si has dicho demasiado como para ponerlo incómodo.

—Un gato blanco—dice por fin.

Le miras y él no te ve a ti, como si al darte un solo vistazo una emoción reprimida fuese a estallar. Inhala profundamente y exhala con lentitud. Parece tener mucho que decir, es demasiado, está atorado en su garganta y solo puede hablar sobre cosas insignificantes.

—En la región del norte solía haber un circo, exhibían al gato blanco “bendecido por Dios”. Decían que tenía más de 40 años de vida, fue muy conocido en ese entonces. Era cargado en una canasta de seda y ataviado con ropa cara, recibía la mejor comida, era exhibido en todas partes y ganaba mucho dinero… Más tarde este asunto fue expuesto, no se trataba de solo un gato blanco longevo, sino de muchos, muchas generaciones de gatos blancos con el mismo nombre. Como sea, las personas no distinguían el rostro del gato, mientras que el color del pelaje y el nombre eran los mismos —se detiene brevemente y continúa.

»El año en que mi hermana se convirtió en maestra a tiempo completo, nos encontramos con otro circo exhibiendo gatos blancos. Seguían el mismo truco. “Vengan a ver al gato longevo bendecido por Dios, con una sola mirada puedes vivir hasta cien años”, esto seguía siendo un negocio. ¿La gente realmente cree en gatos inmortales? ¿Aquellos que compran entradas son tontos? No, solo quieren ver cosas raras y necesitan algo que venerar.

La historia se detiene ahí y Remiel niega con la cabeza como si sintiera que no tiene sentido decir esto. Se limpia la cara y por fin te mira.

—Si el Hijo de Dios es tal cosa, ¿por qué estás aquí? —pregunta, frunciendo el ceño.

—Porque Dios…

—¡No digas eso! —te interrumpe. A diferencia de lo que ha dicho, su voz no es furiosa sino casi suplicante. Te ve a los ojos y continúa—. Enoc, dímelo.

No estás hablando en retorica, es simplemente la voluntad de Dios. Pero obviamente, esto no es lo que quiere escuchar.

La escena que siempre aparece en tus sueños vuelve a aparecer ahora en tu mente. Una noche, hace más de cinco años, el cielo iluminado por una infinidad de bolas de fuego; te asalta los sentidos el olor pútrido de la vegetación, la superficie de la tierra y la carne chamuscada, dejándote sin aliento. Ah, no es aquí, si quieres contar la historia completa, tienes que mover hacia atrás la línea del tiempo. Recuerdas que era 23 de Diciembre, a primeras horas del día, cuando descubriste varias legiones demoniacas.

Después de los catorce años pasaste la mayor parte del tiempo en el Infierno, aunque esto no significa que no podías ir al campo de batalla en la superficie. Este fue el caso de ese día, una ola de demonios subió a la superficie, y tú, quien se encontraba cerca, fuiste necesario temporalmente para actuar como refuerzo. Cuando tu grupo y un pequeño número de tropas locales se acercó lo suficiente a los demonios, te diste cuenta de que el número de demonios era muchas veces mayor a lo estimado.

Quizás fue solo un accidente, quizás fue la culpa de alguien (aparentemente se necesita de algunas personas a cargo para tomar la responsabilidad), pero eso no es algo de lo que tienes que pensar ahora. No sabes por qué este ejército de demonios apareció de repente fuera de las líneas de defensa, ni cuántos eran realmente. No tenías por qué conocer la causa y el efecto de cada batalla, solo tenías que proveer tu habilidad, como siempre ha sido. Usaste los ojos de las palomas sagradas para tener una visión extensa y así observar que los demonios no alcancen la línea de defensa. Les informaste el número de demonios así como la distancia entre ustedes. El rostro de tu Padre palideció, y muchas otras personas también adquirieron un semblante pálido mortal.

—En nuestro camino de llegada, hay una cueva natural —dice el Padre con decisión—. Debe ayudarse de las letanías para esconderse en esa cueva, los refuerzos llegaran inevitablemente pasado mañana.

Después de que te has convertido en un adulto, sin importar si es tu maestro o tu Padre interino, ninguno puede volver a llamarte por tu nombre. A pesar de que por hábito consideras a tu maestro como tu padre, esta forma de llamar a alguien también solo puede ser dicha en tu mente; tu único padre es Dios. Quedas aturdido por esta indicación pues aunque con el paso de los años tu compañía ha cambiado, tu Padre te vio crecer. Él es muy consciente de tu fuerza.

—Hermano Ian, puedo quedarme aquí —dices, señalando un pequeño hueco en la mesa de arena—. Puedo poner aquí una barrera para resistir los demonios…

—¿Qué tan seguro está? —dice tu Padre.

Su tono no es realmente es de una indagación sino más bien una evaluación. Cada año realizaste una infinidad de pruebas, conoces los límites de tus habilidades. No puedes salirte con la tuya, haces una estimación y respondes.

—Noventa por ciento —dices.

—Eso es, hay un diez por ciento de que falle —te mira con severidad.

—Incluso si fallo, puedo asegurarme de que todos, junto con el pueblo que está detrás de nosotros, estén a salvo —dices.

Puedes hacerlo, el poder de un Hijo de Dios se vuelve más fuerte con la edad, y en el instante en el que un Hijo de Dios encuentra la muerte es probable que se vuelva más fuerte de lo que él o ella llegarán a ser en el momento de la muerte por vejez; hay un gran cantidad de plegarias poderosas que requieren que el usuario se convierta en sacrificio. Hay un 90% de posibilidad de que puedas bloquear como una roca el torrente de demonios y así lograr defender a todos los que están detrás de ti, ya sean tu grupo, el ejército o el pueblo frente a la ruta de avance de los demonios. Otra posibilidad es que no seas capaz de soportar hasta la llegada de los refuerzos. Morirás e intercambiarás tu propia muerte por un beneficio mayor. Has encontrado que plegaria usar, así que cuando te vayas, la mayor parte de los demonios se irán contigo al otro lado.

Pero tu Padre niega con la cabeza.

—¡Se está arriesgando, Su Alteza Hijo de Dios! —dice, el ceño cada vez más fruncido—. ¡Existimos para protegerle y todos estamos dispuestos a morir por usted! Nosotros, los soldados, los creyentes del pueblo… ¿será posible que usted cree que los creyentes de Dios no son lo suficientemente devotos, que no están dispuestos a sacrificarse por el Hijo de Dios?

Inconscientemente niegas con la cabeza, pero estás confundido. Ellos te dicen que Dios ama a las personas y por ello nació el Hijo de Dios, que por ser el elegido por Dios naciste para cargar sobre tus hombros el sufrimiento, con el fin de salvar a las personas… ¿no es este el momento de cargar sobre tus hombros el sufrimiento por las personas? Te enseñaron a morir por voluntad propia, te hicieron creer que el sacrificio es noble y sagrado. Pero en este momento, te hacen evitar la muerte, dejando atrás cientos de vidas que podrían ser salvadas. El hombre que te dijo que tu glorioso destino es morir por los demás ahora dice que las personas deben morir por ti.

Estás desconcertado y por supuesto que tu Padre lo nota.«“Es importante sopesar los pros y contras”», te dice, pero ¿cuál es el criterio para elegir? No lo entiendes y él no te lo explica.

Rápidamente toman una decisión, te irás a esconder en la cueva y ellos se quedarán para luchar contra el enemigo. La reunión que decidirá tu destino y el de un gran número de personas se lleva a cabo en tiendas de campaña. Todos los participantes pertenecen a la Santa Sede. Los guardaespaldas, las tropas militares locales y el gobernador del pueblo, ninguno de ellos tienen derecho a participar; no sabrán que tuvieron una oportunidad de ser salvados. Aquellos que asisten a la reunión son todos devotos y valientes miembros del clero, aquellos indiferentes a la vida o la muerte, aquellos que actúan por el beneficio mayor. Si tan solo los ves a ellos, puedes creer como ciertos los argumentos de tu Padre.

Y sin embargo, dentro del rango de tus actividades, hay otro sacerdote que no es lo suficientemente devoto y valiente. Es el sacerdote del pueblo, con bajo poder, y bastante joven. La única razón por la que te estuvo acompañando de forma temporal fue para actuar como guía. Después de todo, es local y más o menos un miembro de la Santa Sede. No mucho después de que se ha anunciado la decisión de quedarse para combatir, lo ves orar en una esquina.

Él no sabe lo que podrías haber hecho, pero al menos sabe lo que significa enfrentarse a tantos demonios. Lo ves sujetando la cruz, su boca tiembla y se mueve. Todos están ocupados por el momento y tu asistente está intranquilo, así pues, raramente puedes acercarte a alguien más sin que lo noten. Te mueves en silencio y finalmente escuchas lo que está orando.

—Madre… —murmura el joven sacerdote, lágrimas brillan en sus ojos.

De pronto te das cuenta en ese instante que él no quiere morir.

Qué extraño, las personas a las que no les importa la vida y la muerte deben sobrevivir mientras que aquellos que no quieren morir caen muertos por los anteriores. ¿Cuál es el criterio? No lo sabes, aún no lo descubres.

Pronto alguien te escoltará hasta la cueva, y tú grabas plegarias para ocultarte. Te das cuenta de que esconderte aquí no garantiza tu supervivencia. Este lugar es demasiado angosto, el río subterráneo es tan alto como tu cintura, el aire no circula, y si te quedas aquí demasiado tiempo, es posible que te desmayes debido a la falta de oxígeno o morirás de ahogamiento. Tu cadáver se quedará atrapado en esta cueva, sumergido e hinchado, y cuando llegue el momento solo la Santa Cruz en tu cuello puede ser usada como prueba para identificarte, el cadáver del Hijo de Dios sigue siendo de utilidad, no es un desperdicio. Tal vez es por eso que tu Padre te hizo esconderte aquí.

Todas las preparaciones están listas. Una vez que cae la noche, te paras en la entrada de la cueva y miras en dirección al campo de batalla. No estás lejos, aún puedes ver que el ejército de demonios y de humanos aún no se ha aproximado el uno al otro, puedes quedarte afuera por un tiempo. El viento trae el hedor de los demonios y de pronto el cielo se ilumina.

Ves infinidad de bolas de fuego brillar sobre el cielo, como estrellas cayendo en la noche.

No debería ser así, algunas especies de demonios lanzan bolas de fuego pero no tan al azar, es más parecido a una avispa picando con su cola. Solo los demonios más furiosos lanzan bolas de fuego como estas, al principio no debería ser tan denso y poderoso como un avispero agitado, es posible que algo nuevo tuvo un efecto inesperado en las armas demoniacas, es posible que un choque de poder desde arriba se convirtió abajo en una verdadera tormenta infernal; de cualquier forma no tiene nada que ver contigo. Y sin embargo, los resultados están a la vista.

Un sin fin de bolas de fuego rugen y caen, la ola de calor distorsiona el aire y las llamas cobran vida en un instante. Sin darte cuenta, corres al campo de batalla y después de varios metros, recuerdas las instrucciones de tu Padre, entonces te das la vuelta y corres hacia la cueva. Este retraso provoca una catástrofe, las bolas de fuego cayeron ya.

Eres lanzado debido la onda expansiva y caes con fuerza al suelo. Estás mareado y un zumbido constante rezumba en tus oídos. Regresas rodando hacia la cueva. El agua fría del río subterráneo entra por tu boca y nariz, toses y te levantas, antes de encontrar una oración de protección, la cueva tiembla.

Las bolas de fuego caen como gotas de lluvia, cubriendo todo el camino desde el campo de batalla hasta aquí. La oración de escondite y fortificación protegen unos cuantos metros cuadrados del terreno; es una gota de un balde de agua, sin mencionar que aún no has llegado hasta ahí. Las rocas sobre ti comienzan a colapsar, una te cae en la cabeza y entonces más. La oscuridad te golpea, y pierdes la conciencia.

Sorprendentemente, despiertas.

El sol brilla sobre tu rostro, sacándote de la obstinada oscuridad. Intentas abrir los ojos, escupes el agua de tu boca y te encuentras tendido junto al río. No muy lejos, el río subterráneo subió hasta el suelo y te empujó hasta una playa poco profunda, permitiéndote sobrevivir milagrosamente. Tienes muchos huesos rotos, tienes heridas por todo el cuerpo, y tu nariz y boca sangran, pero una vez que despiertas, esas heridas son nada.

Te curas solo, la herida más grave está en tu nuca donde la piedra que cayó dejó un corte profundo; y si la profundidad hubiera sido tan solo un poco mayor, te habría partido la columna. Intentas ponerte de pie y miras aturdido a tu alrededor. No hay nadie a excepción de algunos cuerpos mutilados esparcidos junto a la playa. No muy lejos, el humo se eleva.

La cabeza te duele bastante y eso te dificulta pensar, así que simplemente te diriges hacia allí aturdido. Cuando trepas el valle por el que corre el río poco profundo y avanzas hasta el espacio abierto, te das cuenta de que no se trata del humo de las chimeneas.

Sobre el valle del río se encuentra el campo de batalla. El río se extiende desde el subsuelo hasta el suelo, y corre a un lado del campo de batalla. Después de una noche, algo sigue ardiendo en el ennegrecido suelo, persiste el aroma a quemado. El suelo está repleto de cadáveres, tanto de humanos como de naturaleza demoniaca, cuando todos los cadáveres están ensangrentados y carbonizados, es difícil distinguir lo que son.

Caminas alrededor del campo de batalla en busca de personas conocidas. Deseas no encontrar nada pero lo haces, muchos rostros familiares, muchas extremidades, y muchas placas de identificación. Como los soldados, los clérigos tienen placas de identificación llamadas “placas sagradas”, es más conveniente para recoger y enterrar a los muertos. Encuentras a varios hermanos superiores, a algunos asistentes, pero no a tu Padre, sin embargo, encuentras su ennegrecida y deforme placa sagrada. Tu Padre siempre mantenía sus vestiduras ordenadas, y siempre presionaba con mucho cuidado la placa sagrada bajo la capa más interna de su túnica; de misma manera a como tú colocas la reliquia sagrada cerca de tu cuerpo.

Te sientas y tu mente se queda en blanco. Las personas que conoces se han ido, las personas que cuidaban de ti, te ordenaban y te vigilaban han muerto todas. Debes sentirte triste pero tu corazón está tan tranquilo como tu rostro. Cuando no eres parcial hacia alguien, es como si no hubiera alguien a quien amar.

«Esto no está bien», piensas pero incluso si sabes que no está bien, no puedes permitirte ser golpeado por el dolor, no hay nada que puedas hacer al respecto. Debes estar triste, pero solo te sientes perdido. Instintivamente quieres sujetar la cruz sobre tu pecho, pero sientes el vació.

De pronto te das cuenta de que algo te falta, la Santa Cruz, el símbolo que prueba tu estatus como el Hijo de Dios. A diferencia de las placas sagradas o militares, el collar de cruz con el nombre grabado en la parte de atrás no puede ser retirado. La Santa Cruz está colgada en una cadena de metal que no puede ser cortada ni con una espada. Cada Hijo de Dios en su fase de bebé recibe una, es retirada una vez que llega la muerte; pero tú aún estás vivo, y sin embargo, ha desaparecido.

Fue la piedra que cayó, por lo visto la filosa piedra que casi te parte la vertebra rompió algo más… es probable que fue ese trozo de metal lo que te salvó la vida. Lleno de pánico, corres de vuelta a la orilla del río y la buscas con si tu vida dependiera de ello, pero la Santa Cruz no está ahí.

El Hijo de Dios nunca aparece en público, y el resto de la Santa Sede solo te vio cuando tenías menos de ocho años.

De pronto apare un absurdo pensamiento en tu mente: ¿Quién eres? Las personas que te conocían se han ido, y el objeto que puede demostrar tu estatus como Hijo de Dios también se ha ido, así que, después de todo, ¿quién eres? Sientes que no estás aquí, sientes que no eres tú, no sabes lo que significa estar vivo. Todos ellos están muertos y tú estás vivo. «Señor Padre, al final, ¿qué desea que haga?».

Buscas sin esperanza, miras hacia el flujo de agua, y el agua del río desgarra el reflejo de tu rostro en múltiples fracciones. Antes que el hambre, el agotamiento y el mareo te arrebatan la conciencia, algo que brilla es arrastrado junto con la corriente y lo atrapas.

Esperas que sea tu cruz pero no lo es. Es una placa sagrada que se encuentra en buenas condiciones, el nombre y la fecha de nacimiento se pueden ver con claridad. Primero vez la fecha de nacimiento, veinte años de edad, igual que tú; el único clérigo en este campo de batalla era el sacerdote local quien sirvió como guía. Entonces subes la mirada y ves el nombre: Enoc Wilson.

Su nombre era Enoc, un Enoc con apellido.

Despiertas en un pequeño hospital, que recuperes la conciencia no alarma a muchas personas; el hospital está muy ocupado. La llegada repentina de la legión de demonios arrasó con varios pueblos pequeños hasta que finalmente fueron eliminados por las tropas que se apresuraron. Ahora este hospital vecino se encuentra repleto de sobrevivientes. Los doctores y enfermeras se mueven apresuradamente entre las camas, y cuando intentas sacarte la ajuga de la mano, alguien grita con miedo y se acerca para detenerte.

—¡Por favor, no se mueva, Señor Wilson! —dice la enfermera.

Recibes cierto tratamiento preferencial, después de todo, te encontraron con la placa sagrada y vestimenta eclesiástica, eres un sacerdote. El doctor da con sumo cuidado la triste noticia de que en “tu pueblo natal” hay sobrevivientes, y agrega que tu supervivencia es realmente un milagro.

—Eh, un milagro —sonríe torpemente, por lo visto no ha tratado mucho con el clero.

Una joven enfermera te entrega unas gachas e incluye una manzana limpia, te sonríe con timidez. La ves salir de la sala y la escuchas discutir con su compañera. Su compañera susurra algo, y la enfermera le da un golpe en la cabeza con la carpeta, ambas ríen y una regaña a la otra, «“En qué estás pensando, es sacerdote…”»

El registro en tu archivo dice “Enoc Wilson”, un sacerdote común que perdió su puesto y necesita ser reubicado, asignación pendiente. Usas el uniforme del hospital y el personal médico que no se atrevió a deshacerse de tu túnica rota, te la devuelven al despertar junto con el rosario que tiene la reliquia sagrada escondida en su compartimento oculto, esa es la única conexión que tienes con la primera mitad de tu vida. Te apoyas contra la cabecera de la cama y miras al exterior. Está nevando, y se puede no muy lejos el sonido de los villancicos.

Pronto, la radio suena, la Santa Sede anuncia que el Hijo de Dios de este año se llama Isaac y que el Hijo de Dios Enoc, quien ha luchado contra el mal por muchos años, volverá para Navidad como estaba previsto y compartirá la cena con el Papa. Le das un mordisco a la manzana. Es tu primera vez comiendo una manzana, el dulce jugo florece en tus papilas gustativas, es muy dulce.

Dios te guía, esta es su voluntad.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

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Comentario personal: Este final de capítulo bien parece final de novela. XD
Humm…. Bien, no me he puesto a analizar las cosas mencionadas, pero como que siento que terminé con más dudas que respuestas. Ahora mismo no entiendo nada y no tengo cabeza para pensar, jajaja.

Tampoco tengo cosas random por decir.
Ha estado ocupada, no he seguido con la lectura danmei. Me pondré a trabajar en el capítulo 28 oel 31, lo que se cruce(?) primero.
Los dejo con mi más reciente obsesión musical.

¡Hasta la próxima!

1 comentario:

  1. Wtf. Tampoco entiendo. Me pareció demasiada casualidad que perdiera su identificación super especial y encontrara una "cualquiera" con su nombre, demasiada precisión... ¿Demasiado destino? No entiendo del todo lo de los hijos de dios. No entiendo nada. Jajajaja, pero quiero creer que entenderé. Muchas gracias por seguir la traducción <3 Siempre tu fan.

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