viernes, 11 de noviembre de 2022

[Demonio a la venta] Capítulo 31


Remiel se cruza de brazos, sus garras se hunden en la piel. Se gira de golpe y da largas zancadas en tu dirección hasta quedar frente a ti casi enseguida, se detiene y parece no saber qué hacer o tal vez no está seguro de qué es lo que quiere hacer. Tú y él se miran de frente, él te ve a los ojos, y entonces toma una decisión.

Remiel extiende ambas manos, te da un abrazo.

¿Qué creías que te diría? ¿Qué te zarandearía o que tal vez te daría una palmada en el hombro, qué te daría una plática con sus observaciones? Te abriste a él con un poco de aprensión, y esperas que te juzgue. Pero él no dice una sola palabra, sus labios apretados están pálidos, esas manos fuertes te sujetan y te presionan contra su pecho, abrazándote con fuerza. Es solo en este momento que eres ligeramente consciente de que no solo es la furia lo que lo pone en un estado de agitación; bajo esa máscara de indignación se encuentra un temor menos visible.

Te abraza con fuerza, su pecho contra el tuyo, puedes sentir su corazón latir bajo la cavidad torácica de ustedes. Su pulso tiembla contra tus costillas, su piel calienta tu piel, la sangre hirviente que fluye bajo su piel calienta tu flujo sanguíneo. Te sujeta con tanta fuerza que parece como si al soltarte él mismo se fuera a caer, o es probable que seas tú más bien el que caerá. Remiel te abraza, y tú te escondes entre sus brazos.

No recuerdas ser abrazado por alguien.

Has abrazado a otros, cuando es necesario. Sostienes a las personas heridas que no pueden caminar así como a los niños, abres tus brazos benevolentes a los creyentes, y pronuncias aquellas frases cliché con palabras vacías. Un abrazo es consuelo y perdón, tú no necesitas consuelo ni perdón. Tu comportamiento no es quisquilloso, tu ideología y carácter moral es impecable; todos lo consideran así. Desde que aprendiste a caminar, nadie te ha tomado de la mano, nadie te ha extendido una mano. Padre Enoc, Hijo de Dios Enoc, ¿quién te abraza? ¿Quién está calificado para abrazarte?

Remiel te abraza, se siente como un sol abrazador arrojado a tus brazos.

Luz y calor detonan en tu mente, con un zumbido, tus pensamientos se dispersan en el caos primordial. Piensas en manzanas, piensas en la brisa junto a la ventana, piensas en un beso recibido en la frente por los labios secos y cálidos de aquella monja. Unas manos, unas manos que te rodean y tiemblan ligeramente. Canciones junto al oído, cánticos, canciones de cuna, «“duerme, duerme, mi querido bebé...”», los fragmentos esparcidos en una parte de tu memoria resurgen barriendo todo, como una explosión, como un rayo de luz del paraíso. «Es tan cálido, tan cálido», lágrimas aparecen de repente y caen en el hombro de Remiel.

—¿Qué pasa? —pregunta Remiel asustado— ¿Qué pasa?

Se ha sobresaltado por tus lágrimas, quiere soltarte y retroceder. Tú lo sujetas con fuerza. Él retrocede, tú avanzas, tus manos presionan las suyas, tu barbilla contra su cuello, como un enorme perro buscando contacto físico. Finalmente, Remiel se rinde y te tolera, pero una y otra vez vuelve la cabeza y te pregunta si estás bien. ¿Estás bien? No lo sabes. Tu nariz está congestionada, tus parpados se sienten calientes, y tu garganta está hinchada, parece como si estuviera atiborrada con algodón. No sabes qué te sucede. Abres la boca y el lenguaje en tu cabeza se ha derretido por completo haciendo difícil organizar las palabras, cuando finalmente las escupes, suenan pastosas.

—Mi… —dices abruptamente—. Mi padre está muerto.

El hermano Ian está muerto. Lleva muerto cinco años, casi seis, ¿por qué lloras ahora? Irrazonable, simplemente hilarante, pero Remiel no se ríe. Él no habla y en cambio te da palmaditas en la espalda, para que sepas que te puede entender. Tú no estás herido ni te ha pasado algo malo, pero en este instante surgen violentamente las emociones del pasado y te echas a llorar como si hubieras sufrido grandes agravios.

—Eres tan bueno —dices.

Te atragantas, sollozas, tu voz es como una bola de papel arrugado y empapado en agua, pero aún así hablas. Porque Remiel es muy bueno. Él suspira junto a tu oído.

—Estás enfermo —dice y baja la cabeza para besarte en el hombro.

Se quedan pegados el uno con el otro como siameses extrañamente unidos. Se quedan pegados por más de media hora, o quizás más de un hora, no estás seguro. Tu cabeza está en blanco, como si estuviera vacío, como un recién nacido. Se está volviendo cada vez más oscuro y debes encender las luces pero no quieres moverte, la oscuridad y la calidez parecen adormecerte como cuando estabas en el vientre materno, te hace sentir a salvo y en paz.

Remiel te empuja suavemente y te pregunta si quieres comer algo. Cuando te lo recuerda, tu estómago protesta, hoy te das cuenta de que llorar es realmente agotador. Remiel se ríe junto a tu oído, tú quieres besar su garganta palpitante.

—Iré a buscar algo de comer —dice, tú asientes—. Suéltame, no puedo hacer nada así—vuelve a hablar y tú asientes pero continuar sujetándolo.

Remiel suspira con resignación. No puedes discernir si está enojado, así que lo sujetas fuerte, con firmeza y convicción.

—¡No seas tan pegajoso! —se queja Remiel, regatea contigo y te dice que puedes seguirlo a la cocina.

Sueltas tu mano con renuencia, y él abandona la sala contigo siguiéndole de cerca. Cuando enciende las luces, tú inconscientemente te tensas, pero cuando tu campo de visión se ilumina, cuando se retrae la noche que los resguarda, nada malo sucede.

Remiel entra a la cocina, las luces se encienden y el lugar en penumbras de pronto se vuelve incomparablemente brillante. El extractor de humo comienza a trabajar con un zumbido, el agua del grifo gorgotea mientras es usada para lavar los vegetales y llenar una olla, con el cuchillo se cortan los tallos y hojas haciendo un eco de sonidos crujientes. El fuego de la estufa se eleva como en explosión, el sartén suena con crujidos, los ingredientes en su interior chirrían y saltan, los utensilios de cocina y la tabla de cortar chocan con un claro golpeteo. El silencio de hace un momento deja de existir por la aparición de esta melodía, como la repentina luz en la nada. Suponiendo que realmente sonó un himno en el vacío al inicio de la creación, crees que probablemente fue sido algo como lo que ahora estás escuchando.

Él sigue hablando, te dice que las cebollas que compraste son muy pequeñas, también te cuenta sobre una vez que María agregó demasiada harina a la sopa de crema y que con el fin de nivelar la harina, le agregó mucha más agua, al final ese día la sopa llenó toda una tina. Los temas de Remiel saltan de uno a otro, lleno de trivialidades intrascendentes, su voz se mezcla con los himnos de la cocina, envolviéndote como una cálida cobija. La mantequilla, crema y harina, mezcladas de acuerdo a la receta, forman un tipo de nube colorida en la olla; él te mira mientras le agrega un montón de azúcar. Tú no debes comer azúcar, pero no objetas; en este momento, incluso si te sirviera clavos, aún así te los comerías.

Esa sopa, ciertamente, está muy deliciosa.

El sabor dulce y cremoso de la sopa recorre tu lengua, fluye hacia tu estómago y te llena de calor. Remiel está sentado frente a ti, corta la carne con el cuchillo haciéndolo chocar ligeramente contra el plato de porcelana. En tu rostro todavía quedan lágrimas, qué descortesía, pero Remiel no lo menciona, como si todos los días tuviera siempre a su lado a un sacerdote llorando. Esta es tu casa, aquí solo están ustedes, las cortinas cubren sus ventanas y lo que sea que ustedes hagan, nadie lo verá, nadie se enojará o se decepcionará.

De pronto sientes un desconcierto indescriptible.

Tú estás aquí, él está aquí, ustedes están escondidos de los ojos de todos, no hay a quien le importe. Hace muchos que esos ojos acusadores están enterrados bajo tierra, y ahora solo es Dios quien te ve atentamente, este Dios que te envió lejos del campo de batalla, este Dios que envió a Remiel a tu lado. Eres tan lento en reaccionar como la madera podrida y tan insensible como una máquina; aquella agitación que ha puesto tu vida patas arriba, en este momento te atraviesa por completo, transmitiendo con claridad a tu corazón. Hace mucho que tu destino planeado se descarriló, miras hacia el pasado y de pronto te das cuenta.

«Libertad».

Eres libre.

Las lágrimas vuelven a caer, no te sientes triste, estas lágrimas son como escarcha derretida.

—Santo cielo, ¿es tan mala? —murmura Remiel. Tú niegas vehemente con la cabeza, él se ríe y continúa—. Está bien, solo estoy bromeando. Anda, come.

Él te dice “come”, mientras mueve lentamente el tenedor y pasa la mayor parte del tiempo mirándote a escondidas. Tienes los ojos llorosos y actualmente no estás bien presentable pero Remiel es bastante indulgente. Te sigue viendo, de vez en cuando su mirada cambia de dirección hacia otros lugares e inconscientemente recorre las puertas y ventanas, su mirada es severa, como si vigilara por ti, como un león patrullando su territorio. Te das cuenta de que incluso si él tuviera alas, no se iría volando, él te protegería bajo sus alas.

Te das cuenta de que incluso si le besas, es probable que Dios no dejara caer su atronadora furia.

Te inclinas para besar a Remiel, sus labios son muy suaves. Por alguna razón tu corazón está hirviendo, pruebas sus labios y tu propio corazón, esos sentimientos están listos para salir; debes conocer su nombre.

«Amor».

Este pensamiento aparece de repente, tan ligero como una burbuja. Amor, de pronto te das cuenta. La neblina se disipa, el velo es levantado. Retrocedes un poco, te apoyas en la mesa y ves a Remiel con un nuevo entendimiento. Él es realmente atractivo, te hace pensar en el primer amanecer que viste después de abandonar la Capilla, te hace pensar en manzanas, te hace pensar en caramelos, te hace pensar en pelaje cálido, te hace pensar en la brisa de la noche y el rocío de la mañana. Te hace querer tararear un himno, lo miras como si él fuera la luz de la mañana después de una larga noche.

—No me mires así —dice Remiel.

Te cubre los ojos como si no pudiera soportarlo, y tú cubres el dorso de su mano.

—Te amo —dices.

Tus ojos están cerrados bajo la mano de Remiel, no puedes ver su expresión. El silencio continúa por un tiempo, él parece no estar seguro de si escuchó bien.

—¿Está bien…? —dice con duda después de un tiempo.

—Te amo —dices—. Te amo.

Lo repites una vez más, y otra, y muchas veces más, como si usaras tu vida en ello. No necesitas una respuesta, eres como un niño que acaba de aprender una palabra y se la presume a su madre. Lo repites, pasa de ser un murmullo hasta convertirse en un anuncio alto y claro. Tu corazón late con fuerza, y un estallido de sorpresa corre y hace eco en tu corazón. «¿Ves? Amas a este hombre más que a todos los seres vivos que has conocido, lo amas y él sigue aquí, los dos están completamente bien.»

—Bien —lo escuchas susurrar— Está bien, ya, está bien….

Sientes calidez, te sientes en paz, no hay conflicto entre el éxtasis y la paz mental. Aquello que había estado escondido en tu corazón y había sido difícil de nombrar por fin ha surgido a la superficie, permitiéndote vislumbrar una parte de la verdad, como un ciego de nacimiento atisbando el arcoíris. Sujetas la mano de Remiel, él está aquí, tú estás aquí, todo lo demás no importa. Los platos de la cena caen al piso, y cuando Remiel te besa, esto es lo único que queda en el mundo, todo lo que está fuera de esta habitación ha dejado de existir.

Esta es una noche ordinaria, las cortinas bloquean los ojos de las aves, el ruiseñor bate sus alas y vuelan al techo de la casa de al lado. La anciana vecina frunce el ceño mientras ajusta la radio. La estación de radio transmite una noticia urgente sobre el ataque terrorista que ocurrió en la Santa Sede. Tu antigua residencia está siendo sumergida en sangre y fuego. Pero al menos, en este preciso momento, no sabes nada al respecto y no estás preocupado.

*

Traducción al español: Siboney69
Traducción al inglés: PastTimer [Wattpad]

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Comentario personal: Enoc, my baby!!!! ;______; ♥.
Muy muy MUY feliz por cómo fue casi todo el capítulo… hasta el final, demasiado pronto para que aparezcan los problemas. ¡Noooooooooooo!

Hoy no hay cosas random porque ya quiero dormir. Quizás después vuelva.

Les dejaré un par de videos:
1) Este habla sobre la literatura china en español (en España).

2) Y acá otro que me pareció interesante sobre el visual kei en Chile (Me hizo recordar los buenos viejos tiempos, aunque no soy de Chile, obviamente -jajaja-).

Gracias por sus visitas, hasta la próxima.

(-editado-: Hoy escuché una canción y me acordé de nuestro beautiful Remiel y nuestro beautiful Enoc, así que agrego el tema en cuestión.... aunque que es muy probable que ya la haya compartido antes en alguna otra publicación, jajaja).

2 comentarios:

  1. Ay no :( Se borró mi comentario. Y estaba relargo. Ya tengo sueño, mañana vendré. Gracias por este capítulo tan cálido!

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  2. Aquí está lo que anteriormente dije:
    Me pareció muy bella la escena del abrazo; no me imagino a alguién que nunca en su vida ha sido abrazado cálidamente, pero me parece lógica la tristeza y el anhelo de cariño que esa persona podría sentir si recibiera un abrazo sincero por primera vez. Con el pasado de Enoc su personalidad cobra sentido, no es que fuera un autómata, o un tipo bueno o malo, sólo sus experiencias son peculiares, carentes de toda emoción consciente, ¿no? Le faltaba amor y le llegó en la forma menos esperada (*suelta las lágrimas*). Hace tiempo comencé leer un libro y sigo por la mitad, Todo sobre el amor de la feminista afrodescendiente bell hooks... suena como autoayuda (quizá lo sea un poco) que me ha enseñado algunas cosas, una bien clara: los seres humanos, en condiciones "normales" por decirlo de algún modo, siempre, toda la vida van a desear ser amados y amar. <3 Ay, me conmovió el encuentro de Enoc con sus sentimientos. Gracias de nuevo, soy tu flan no. 1.

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